La noche ha sido maravillosa. Sólo el canto de pájaros ha roto con el silencio, una sensación placentera que hace tiempo no sentíamos.
Después de levantar el campamento seguimos camino. La pista por la que avanzamos no viene marcada en los planos topográficos de nuestro GPS. Sin embargo, el rumbo es bueno. Nuestro destino es el cráter de Soda, cercano a la carretera que viene de Kenia.
Nos encontramos con varios grupos de Borena que conducen sus rebaños a zonas de agua en las que poder calmar la sed de sus animales. Son imágenes que parecen no querer desaparecer con el paso del tiempo y de los adelantos que existen en otras zonas de Etiopía.
Por fin llegamos al punto más meridional de nuestra expedición, el cráter de Soda. Aparcamos en la misma cresta del cráter. Doscientos metros más abajo se encuentra un lago totalmente negro en el que desde hace siglos los Borena se encargan de extraer la sal con sistemas absolutamente primitivos. No utilizan ningún tipo de maquinaria. Las manos y unos cubos son sus únicos utensilios.
Para llegar hasta el interior del cráter hay que descender por un estrecho y accidentado camino utilizado por los burros y los encargados de la extracción de la sal. Un recorrido en el que empleamos una hora de tiempo para alcanzar las orillas del lago.
Un grupo de Borenas desnudos o semidesnudos se introducen en las negras aguas del lago. Las orillas están completamente embarradas por un lodo completamente negro que se mezcla con la sal.
La sal constituye desde hace siglos un elemento de exportación primordial para la economía de este pueblo. En ocasiones es motivo de venta y en otras de trueque.
No puedo evitar meterme en sus aguas para fotografiar. Me dicen que tenga mucho cuidado ya que las cortezas de sal actúan a modo de afilados cuchillos provocando heridas difíciles de curar. Algunos están sentados junto al agua pidiendo algún medicamento cicatrizante.
Intenté introducirme en el agua con una especie de zapatos de neopreno que llevaba conmigo para protegerme de los posibles cortes. Qué iluso¡¡ Nada más poner el primer pie en el agua, el cieno me atrapa sin dejar que pueda sacar los pies. El suelo es como una ventosa. Al final continuo descalzo y con un gran miedo a caerme. Si eso ocurriese, perdería todo mi material fotográfico. A pesar de eso, prefiero correr el riesgo y salir después con la ayuda de algunas personas. Cada paso era un auténtico reto para no perder el equilibrio.
La subida por el empinado camino es otro cantar, aunque quién no está para canciones es Pilar que desde hace unas horas comenzó con vómitos y dolores de estomago. Si para nosotros supone un gran esfuerzo, para ella debe ser algo terrible. Se ha puesto completamente roja. La temperatura es muy elevada, factor que aún la perjudica más.
Hemos llegado a Yabelo y nos hemos alojado en un hotel para que Pilar pueda recuperarse antes de continuar nuestro viaje hacia la zona de los Humer.