Después del desayuno, el padre Antonio nos hace un recorrido por las instalaciones de la misión. Increíble lo que han podido hacer en el curso de los últimos años los misioneros de la orden de San Pablo Apóstol. Una importante logística para poder mantener en activo la enorme extensión de terreno en la que se han levantado capillas, bibliotecas, carpinterías, talleres de reparación y mantenimiento, plantaciones de olivas, viñedos y palmeras traídas de España, camiones, dos máquinas Caterpillar y hasta una avioneta para ir de una misión a otra.
Toda la zona norte del oeste del Turkana lleva la impronta del trabajo de la misión capitaneado por Antonio. Él lleva treinta años viviendo en este lugar y ahora puede sentirse orgulloso de ser conocido y querido en toda la región. Más de doscientos pequeños embalses, pozos, huertos, escuelas, dispensarios… Una labor difícil de imaginar hasta que uno no se encuentra en este lugar.
Planeamos una ruta a través de las montañas para continuar hacia el norte. Está nublado, por lo que la temperatura es de casi 10 grados que ayer a la misma hora. El paisaje a través de pequeños valles decorados con acacias no deja de sorprenderme. Pocas son las aldeas asentadas en la zona. Sin embargo, no perdemos cada oportunidad que se nos brinda para parar algunos minutos ante la aparición de los pastores Turkana. Muchos de ellos subsisten gracias al comercio del carbón vegetal que venden en sacos.
Nuestra ruta alcanza la población de Lokitaung. Viendo el mapa uno podría pensar que llegar hasta aquí supone encontrarse con una especie de ciudad en medio de las montañas. Sin embargo, lo que vemos es un pequeño núcleo de pequeñas construcciones de latón coloreado con vivos colores que rompen la monotonía de los ocres y verdes que nos rodean. Aquí aprovechamos para beber un refresco frío antes de seguir camino hacia el norte.
La luz del atardecer con un sol filtrándose entre las nubes, magnifica la visión de personajes que parecen surgir de la nada. Contraluces que inspiran disparos fotográficos casi imposibles. Sólo la retina conservará momentos a los que ni la cámara llega a alcanzar.
Nos piden ayuda para transportar a un enfermo a un pueblo situado a unos 20 kilómetros. Accedemos y ponemos nuestro pequeño granito de arena para intentar ayudar a una población escasa de recursos sanitarios y transporte.
Llegamos a Kokuro, una pequeña aldea situada en nuestra ruta hacia Lobur. Después de hablar con la policía, nos aconseja no continuar la ruta de noche y dormir junto a sus chozas. Algo debe de estar ocurriendo en la región ya que no nos dejan montar la tienda ni a 10 metros del centro del acuartelamiento. Al final, montamos la tienda mosquitera junto a la choza del jefe, preparamos unos espaguetis, cenamos y a dormir. Mañana intentaremos llegar a Lobur, otra de las misiones de la orden de San Pablo Apóstol.
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