Levantamos el campamento y nos disponemos a preparar nuestro primer desayuno. Tatiana sueña con un café con leche, aunque el sueño se le convierte en una pequeña pesadilla. Nuestra supuesta leche en polvo no es otra cosa que cereales para niños.
El pueblo parece esperarnos. Somos una atracción y de eso nos vamos a aprovechar. Un pueblo que se aferra a sus tradiciones, pero que espera con ansias cualquier tipo de ayuda que venga del exterior. Los hombres se acercan y nos dan la mano, puede que pensando que somos una ONG que viene a entregar cualquier cosa, ya que la esperanza de esta gente es recibir algo, lo que sea. Estómagos hambrientos, pieles arrugadas y energías que están a punto de agotarse. Ese es el escenario de la población de Kokuro.
En ocasiones me pregunto para qué sirven las imágenes que estoy mostrando o qué pensaran aquellos que llevan años colaborando con esta gente y nos ven llegar con unas cámaras de fotos y un billete de vuelta para dentro de pocos días. Probablemente seamos para ellos una especie de personajes circenses a la búsqueda de fotografías pintorescas. No niego que estamos a la búsqueda de imágenes, pero no pintorescas. De siempre, mi idea ha sido el poder difundir un modo de vida que ha perdurado durante nuestra historia y en esos momentos está a punto de desaparecer. Una especie de acta notarial que pueda mostrar modos de vida que aún existen en nuestro siglo y que ya no verán las generaciones futuras. Imágenes que al mismo tiempo puedan servir para incentivar posibles ayudas. Lo que no se conoce, no existe.
Dejamos Kokuro para dirigirnos a la misión de Lobur, a tan solo 8 kilómetros de distancia. El lugar en el que está ubicada es espectacular. La situación, a lo alto de una pared rocosa, la convierte en un observatorio privilegiado. Desde los edificios la visión es totalmente de “Memorias de África”. La belleza de una explanada que se pierde en el horizonte supongo que también ayudará a soportar la dureza del día a día.
Los misioneros españoles realizan, al igual que en Narikotome, una trabajo admirable. Después de conversar con ellos optamos por no explorar la zona situada al este de la misión ya que las emboscadas y asesinatos con Kalashnikov están a la orden del día. Estamos en ese triangulo en disputa por tres gobiernos que quieren quedarse con el control: Kenia, Etiopía y Sudan del Sur.
Nos adentramos en las montañas del oeste. Un terreno marcado por valles y acacias. En ocasiones nos encontramos grupos familiares diseminados a los que poca ayuda les puede llegar debido a su aislamiento. Supongo que a esta gente tardará en llegarles la ayuda que les permita vivir sin tantas penalidades.
Entramos nuevamente en la misión de Lobur, ya de noche. El padre Albert está celebrando una misa en una preciosa capilla construida con piedras. Después cenamos en compañía de Make, una fotógrafa valenciana que ha cambiado la cámara por su ayuda a la población. También conocemos a Pablo, un ingeniero que ha construido, entre otras cosas, unos maravillosos domos que se integran armónicamente con las chozas del entorno.
Nuevamente terminamos nuestra jornada ya entrada la noche, cansados después de que nuestros sentidos no hayan perdido la atención ni un solo instante a lo largo de la intensa jornada.
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Preciosa cronica. Gracias por compartir.