Resulta sorprendente tener una masa de agua tan cercana, la del lago Turkana, y sin embargo, es la falta de este elemento el que está haciendo estragos entre la población. Hoy, más que cualquiera de los días que hemos pasado en este territorio, he visto, sentido y sufrido, lo que la falta de agua representa.
Durante años he viajado por los mayores desiertos del mundo, por muchas de las zonas más áridas del planeta. Sin embargo, la población de estos lugares están acostumbrada a la escasez de agua y, durante siglos, su vida se ha desarrollado y adaptado a los puntos del desierto en los que los pozos significan la vida.
Por el contrario, la región del Turkana está sufriendo una sequía que está diezmando la población, la vegetación y la fauna. A escasos metros de la orilla del mar ya sorprende ver a multitud de niños escavando agujeros en los lechos secos de los ríos para obtener un poco de agua y poder así rellenar algún bidón antes de llevarlo a su choza.
A unos 20 kilómetros de Lokitaung llegamos a una concentración de mujeres que sin lugar a dudas estaban esperando poder recoger algo de agua. El color en esta hora del atardecer realza la belleza pictórica del momento. Sin embargo, al acercarme al punto mágico desde el que salía el agua, una tubería que venía de debajo de la tierra, me encuentro con una realidad que hace que mi estado anímico cambie bruscamente.
El agua brota de la tubería y en ocasiones deja de salir. Decenas de mujeres se pelean por conseguir sostener esa tubería y dirigir el agua hacia la boca de sus bidones. Las menos afortunadas y las más débiles, se tienen que conformar con recoger con algún tipo de cazo improvisado el agua que se cae al suelo y forma pequeños charcos en la tierra. Basta con mirar las arrugas y desecación de las pieles para entender lo que están padeciendo. Para ellas no importa, es agua, aunque el color sea absolutamente marrón. Parecen querer recoger hasta la última gota. Todo vale con tal de que sea agua.
Y a escasos metros, los burros guardando turno para ver si pueden rebañar algo de lo que allí quede antes de que se evapore del suelo. Cosa que ya empieza a ocurrir porque alguien ha dado la orden de detener la salida del agua por la pequeña guerra campal que se ha desatado por el control del chorro. De repente, observo el desconsuelo de las mujeres o niñas que se han quedado con el bidón vacío y ahora tienen que regresar a sus viviendas sin nada. Con un poco de suerte mañana podrán conseguir algunas gotas.
No es raro que la población mire tanto al cielo. Pidiendo a Dios un milagro? O quizás esperando la aparición de algunas nubes que al menos les ofrezcan un poco de esperanza? No lo sé. En cualquier caso, hoy es un día especial para mí. No tanto por las imágenes que haya podido obtener, sino por la lección que acabo de vivir. Ya sé que todo el mundo sabe esto, incluido yo. Pero cuando el problema del agua, la sequía, el hambre y la muerte, se respiran tan de cerca, es cuando te conciencias más de algo que parece sólo cosa de los telediarios.
Ahora entiendo más la labor de los misioneros abriendo pozos o construyendo pequeñas presas. Es a ellos a los que hay que apoyar económicamente, porque visto lo que falta, se precisa de grandes colaboraciones financieras para paliar un enorme problema del que estamos bastante desconectados. Evidentemente, nuestra la falta de información y el no poder estar sobre el terreno viendo como cientos de personas lo único que piden es algo para comer, hace que no seamos conscientes de una realidad que afecta a millones de personas en el mundo.
En Lokitaung hemos podido comer algo. Por supuesto comida local que nosotros también sabemos apreciar. Un chiringuito construido con chapas de colores que decoran la vida de esta gente. El color es un elemento muy utilizado en estos países para salir de la monotonía cromática que les rodea. Son colores vivos que psicológicamente confieren fuerza y moral, algo muy necesario para sobrellevar el día a día.
Estoy escribiendo sobre el capó de nuestro Todo Terreno, ya es casi de noche y en breve las moscas darán paso a los mosquitos. Seguimos sin encontrar una conexión de internet que nos permita mandar las crónicas a tiempo casi real. Eso ya no representa un problema después de lo visto. Los verdaderos problemas son los que acompañan a esta gente. Mañana nos dirigiremos a una zona pantanosa que nos conducirá hacia el sur. No sabemos el estado de las pistas después de las lluvias de hace un mes, ni el estado de la seguridad. Por ahora los recorridos están siendo bastante lentos a través de zonas montañas con caminos muy poco transitados y destrozados por las riadas.
Al menos no nos podemos quejar, tenemos agua, arroz y espaguetis. No es eso tener suerte?
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Tristeza da leer lo dek agua,que no por sabido es sobrecogedora la cronica.