Ya tenemos nuestro pequeño coche de alquiler, una opción de transporte que nos alegra ya que nos permitirá tener una flexibilidad y libertad de movimientos impensables cuando viajas en transportes locales. No tenemos idea de lo que nos vamos a encontrar, pero si queremos explorar la zona de los salares, ésta es la mejor manera de hacerlo.

Hacemos acopio de agua y de alimentos, incluido un pollo asado. Buscamos un mapa que no encontramos en ninguna de las librerías de la ciudad. Hay de todos los países menos de Botswana, por lo que la última posibilidad es acercarnos a la oficina de turismo por si allí hay algo. Nuestro mapa Michelin del sur de África no tiene el detalle que necesitamos para recorrer esta zona.

Salimos de la ciudad después de haber encontrado algunos folletos y un mapa sencillo y, muy bonito lleno de dibujos de animales que nos ayudará en nuestra ruta.

Jorge se pone al volante. Yo prefiero no conducir. Si soy incapaz de mirar al lado correcto a la hora de cruzar una calle en estos países de influencia inglesa, menos lo seré para reaccionar en una situación de peligro circulando por la izquierda.

La carretera es una pura recta a través de un bosque de matorral de acacia bajo. Los imprevisibles agujeros obligan a estar en permanente alerta. Tanto es así que en ocasiones no puedes hacer dos cosas a la vez, mirar los agujeros y las señales de limitación de velocidad. No somos mujeres¡¡ Por eso, en uno de esos momentos veo que acabamos de superar una placa de 60 a mucha más velocidad. Tarde¡¡ Mientras le aviso, aparece un policía medio poseído, gritando de debajo de un árbol para que nos detengamos. En esta ocasión prefiero no bajar del coche y dejar que Jorge se entienda, o desentienda, con su inglés. Puede que la sensación de blanco pobrecito reduzca la pena.

En algunos minutos regresa al coche diciendo: quieren 40 euros por ir a 95 Km/h. Coge los papeles de la guantera y regresa al campo de batalla. El resultado se salda con 20 euros que le ha parecido mucho ya que minutos después, mientras circulamos, salta y me dice: tenía que haber negociado más.

 

Un cartel nos indica el cruce a Sowa, el salar. Después de circular casi 40 kilómetros, el paisaje se abre súbitamente dando paso a una cegadora superficie blanca con zonas de agua de tonalidades rosadas. Pero la primera sorpresa mientras nos acercamos a este lugar es ver las manadas de ñus vagando por medio de las inmensas llanuras herbáceas previas a la zona de sal.

Acabamos de llegar al final de la vía del ferrocarril, una factoría de extracción y procesado de sal. A partir de este punto intentamos seguir por pistas que nos adentren aún más en el interior del salar, pero un enorme cartel nos avisa: Estrictamente prohibido pasar de este punto. No nos arriesgamos y regresamos de nuevo a la carretera principal para seguir hacia Nata.

Unos 10 kilómetros antes de Nata se encuentra el Pelican Lodge, un alojamiento nuevo, un oasis de bienestar en medio del bosque de matorrales de acacia y muy próximo a la zona de llanuras salinas. Nuestro amigo Shingi ya nos había puesto en contacto con Andrés, el director del Lodge que ya nos estaba esperando. Después de explicarle el motivo de nuestra visita y viaje, nos invita, haciendo gala de una gran cordialidad, a montarnos en uno de los Toyota del complejo para adentrarnos en la reserva natural de Nata, un espacio protegido para la observación de aves.

Mientras el 4×4 se adentra en la reserva, la luz mejora, al igual que los lugares que vamos descubriendo. Poco a poco voy entrando en una sensación de sueño visual, alucinación, extasis… Ñus, avestruces, flamencos, pelícanos… todos esperándonos para introducirnos en una dimensión casi espiritual.

 

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