Puede ser que de tanto mirar al cielo, un día me salgan alas. Es tanta la fascinación que me produce su magia para cambiar el aspecto visual del mundo que nos rodea, que no ceso de escudriñar el horizonte a la búsqueda de imágenes casi imposibles o incluso irreales.
La aproximación a Agdz a través de las montañas volcánicas del Saghro es un buen ejemplo. El macizo del Kissane aparece envuelto en algodones que magnifican aún más su presencia. Un cielo invernal que presagia la caída del tan deseado oro líquido. Una lluvia esperada desde hace más de doce meses. Un regalo del cielo que sin duda aliviará los sufrimientos que la población del valle del Draa lleva padeciendo durante estos últimos dos años.
Hoy es jueves, día de mercado en Agdz, un buen momento para sumergirse en el ambiente que emana de los dátiles del palmeral y del basalto del Saghro. Hay que aprovechar los días de “souk” (mercado) para proveerse de todo lo necesario para sobrevivir durante los próximos días o meses, sobre todo para aquellos que han descendido de las montañas a la búsqueda de suministros. Los enormes bazares de antaño que adquirían su máximo esplendor con la llegada de las grandes caravanas procedentes del África subsahariana cargadas de oro, marfil, plumas de avestruz, sal y esclavos, han dado paso a modestos, pero interesantes mercadillos, en los que bajo la protección de las lonas, los productos de venta o trueque cobran el mismo protagonismo de aquella época, y no por su valor monetario sino por su importancia para la existencia de las comunidades nómadas y pastoriles.
Los pequeños garitos ocultos en los laberintos del souk, ofrecen un momento de descanso para tomar un té. La luz que consigue llegar hasta el interior después de burlar las nubes y el cañizo, crea un ambiente de descanso y charla que aprovecho para entablar conversación con Badr, un nómada renegado que ahora prefiere cobijarse bajo el abrigo del palmeral. Después de romper su soledad y meditación con mi presencia, me cuenta sus orígenes y la vida que lleva el resto de su familia. Una familia que sigue aferrándose a las tradiciones seculares y nómadas. En estos momentos se encuentra con sus rebaños en medio del Saghro, esperando que las lluvias cambien su suerte trayendo consigo la aparición de los pastos para sus dromedarios, ovejas y cabras.
La lluvia hace por fin acto de presencia. El polvo formado después de tantos meses de sequía se convierte en barro para gozo de personas y animales. Mientras me acerco a mi casa sorteando los charcos, en medio de las ruinas del antiguo pueblo del oasis de Hara, recibo el aroma de la tierra mojada como si de un perfume de reyes se tratase. Sin embargo, mi cabeza entra en ebullición después de mi conversación con Badr. No puedo esperar más, tengo que salir hacia el interior de las montañas del Saghro, a pesar de las previsiones de frío, lluvia, nieve y el estado de las pistas.
Durante las próximas jornadas exploraré los tesoros ocultos de las montañas que desde hace dos décadas me tienen en estado de hipnosis. Una especie de Monument Valley en pleno sur de Marruecos. Najat, Sara (8 años, mi ayudante de cámara), Miguel Angel Fernandez y Javier Nofuentes, se alternarán para ser mis compañeros en este periplo, aunque en alguna ocasión tendré que viajar en solitario.
Los antiguos pueblos de barro próximos a Agdz, Aslim, Rbat, Tamnougalt…, conservan en sus muros mojados la grandeza de un pasado que poco a poco se va desvaneciendo con la llegada del cemento. Sin embargo, la majestuosidad y el ambiente misterioso del Saghro parece salvaguardar el carácter defensivo y comercial con el que fueron creados estos maravillosos núcleos urbanos de arcilla.
Nuestra aventura se iniciará en las arenas del desierto del Sáhara, a partir del cual se realiza una mágica transición entre grava, dunas, acacias y oasis, hacia la dureza pétrea del terreno volcánico. Es una combinación visual que en pocos lugares adquiere la belleza que se observa en la cara sur de la cordillera del Saghro.
Nuestros vehículos se van internando en un escenario sorprendente marcado por un paisaje que nos traslada a lugares de otro planeta. La conducción en algunos tramos es muy lenta. El estado de las pistas, gran parte de ellas abandonadas y convertidas en verdaderos caminos de cabras, imposibilita nuestro avance en varios puntos de la ruta.
El ocaso se aproxima y tenemos que encontrar algún sitio para acampar. Las nubes se disipan permitiendo que las estrellas nos acompañen durante algunas horas. Al igual que cada noche, el fuego nos ilumina y calienta. Un fuego que parece avivar los recuerdos e imágenes que hemos ido absorbiendo durante la jornada.
Internarse en el Saghro exige una buena dosis de paciencia y capacidad de observación si realmente se quiere sacar provecho de todo lo que se esconde tras cada piedra. El lugar forma parte del área clasificada por la UNESCO como oasis de reserva de la biosfera del sur de Marruecos.
Hace poco comentaba la fantástica galería de arte que se muestra en las arenas del desierto del Sáhara. Ahora, vuelvo a tener las mismas sensaciones de entonces. La lluvia y el ambiente gris y misterioso, realzan la belleza de las esculturas creadas por la roca volcánica.
Dedos de piedra que desean tocar el cielo, valles profundos decorados por millones de bloques de basalto, relieves tabulares creando pasillos sobrecogedores, cañones diseñados por las aguas, ramilletes de palmeras creciendo en lugares imposibles, extensiones de piedras que parecen labradas por gigantes…, todo un universo fascinante de formaciones minerales.
Las previsiones no han fallado. Los copos de nieve van tapizando el suelo bajo una bruma sedante y misteriosa, creando un espectáculo de una belleza que despierta y recrea nuestra imaginación. Un ambiente que ralentiza los movimientos para permitir a nuestros sentidos digerir el espectáculo del blanco silencioso que nos inunda.
Es increible lo que la unión de minisculos copos de nieve pueden llegar a hacer. La ruda y arisca mirada de las rocas no puede más que sucumbir bajo las suaves y delicadas caricias que poco a poco van cubriendo la oscura tez de la tierra bajo un blanco manto de seda y nubes algodonosas. Qué suerte poder estar aquí y ser testigo de una función que puede durar unas pocas horas.
Los verdaderos protagonistas de la vida en el Saghro son aquellos personajes que, a diferencia de Badr, han preferido sobrevivir en este medio hostil. Estamos en la tierra de los Ait Atta, una confederación de tribus cuya primeras referencias se remontan al siglo XV. Fieros guerreros que consiguieron mantener a raya a la ocupación francesa en la época del protectorado hasta que finalmente, en 1933, capitularon en la batalla de Bougafer después de una heroica e impresionante resistencia. Incluso en nuestros días sus miradas desprenden un carácter y una personalidad que impresiona.
La mayoría de los Ait Atta siguen siendo trashumantes. Se desplazan por estas tierras en la eterna búsqueda de pastos hasta la llegada del verano, periodo en el que nuevamente emprenderán camino hacia las zonas altas y frescas del Alto Atlas. A partir de junio el Saghro se convierte en un auténtico horno. Las oscuras piedras absorben el calor de los rayos de sol convirtiendo el lugar en una especie de antesala del infierno. Situación muy diferente al frío que soportamos los que decidimos en este momento buscar refugio en las proximidades de Bab N´Ali.
El azar nos acaba de regalar el encuentro tan esperado. A lo lejos, con las últimas luces, aparece una pequeña caravana de dromedarios guiados por el camellero, dirigiéndose hacia la jaima (tienda bereber) en la que pasarán la noche. Una imagen que en nada ha cambiado con el paso de los siglos y que reafirma el carácter nómada que siguen teniendo estos “hijos del volcán”.
Brahim nos invita a pasar la noche en compañía de su familia y de sus animales. Una familia compuesta por siete miembros en la que cada uno tiene una función a la hora de realizar las duras tareas diarias de mantener a sus dromedarios y cientos de cabezas de cabras y ovejas. Para ellos no hay jornadas de descanso ni días de fiesta. Los animales no entienden de eso. Una vida rutinaria que funciona como un reloj de precisión. Un horario en el que también existen momentos de asueto y descanso bajo el titilar del fuego de leña o de la bombona de gas. Momentos inolvidables en los que aflora todavía más esa parte de alma nómada que aún llevo por dentro.
A las seis y media de la mañana, los gallos rompen el silencio de la noche. A las siete y media escucho las primeras voces. Es el momento de salir de mi tienda y empaparme del quehacer matinal del campamento. Myriam ya está junto al fuego preparando el té, el café y el pan. Dos de sus hijos están surgiendo de entre las mantas bajo las que se han protegido del frío durmiendo al exterior. Las cabras reclaman su libertad para salir del redil de piedras en el que han pasado la noche. Mohamed se interna en el grupo de animales para elegir a cual ordeñar mientras Brahim comprueba que los dromedarios hembras y preñadas conservan la tela que cubre sus jorobas para protegerlos del frío.
Naima, la pequeña de la familia, está emocionada y feliz a causa de nuestra llegada. A sus tres años y, siendo la única joven del grupo, no para de jugar con Sara. Su historia me llena de ternura. Su madre, que se encuentra en El Kelaa, es una de las hijas de Myriam, pero como ya tiene otros 7 hijos, no puede atender a Naima como se merece y la ha dejado a cargo de la abuela viviendo como una nómada. Pero lo que más me conmueve no es eso. La pequeña es sordomuda y la forma de comunicarse es a través de sonidos guturales. Su necesidad de expresarse la convierte en ocasiones en un auténtico terremoto.
Es el momento de despedirnos de nuestros nuevos amigos. Najat ya tiene todo sus contactos para volver al encuentro de esta familia y poder de este modo colaborar en la mejora de la situación de la joven Naima. Nos dirigimos hacia Nkob para tomar rumbo hacia Agdz. Sin embargo, antes de salir del macizo montañoso deseo realizar una marcha a pie para fotografiar uno de esos rincones perdidos e inaccesibles en vehículo. El paisaje es sublime, aunque el precio por llegar hasta el lugar requiere estar libre de vértigo y miedo a las alturas. Y sino, sólo hay que mirar lo minúsculo que se ven Najat y Sara en medio del gigante de piedra que aparece en la foto. Cuando hay tiempo y ganas de trasladarse a pie, el trekking es la mejor alternativa para explorar el interior del Saghro. Hace un mes y en colaboración con la asociación Abryd, vivimos una magnífica y deportiva experiencia caminando a lo largo de valles, cañones y cumbres. Explorar el Saghro puede que sea una de las actividades más emocionantes que se pueden experimentar en el sur de Marruecos.
Muchas son las imágenes que conservo en mi memoria, aunque la cámara ha podido captar y guardar otras tantas que permanecerán en ese archivo fotográfico de un Marruecos que por el momento se resiste a cambiar. Siempre pienso la suerte que tenemos los que nos sentimos libres de un confinamiento mediático y social. Por el momento, nada nos impide seguir haciendo los dictados de nuestro interior. Poder decidir de a dónde ir y con quién ir, y seguir los caminos de nuestros sueños, es un lujo innato y al alcance de cualquiera. Sólo hay que dar el primer paso para convertirlos en realidad.