Ambiente de mercado Imilchil Marruecos

 

Mercado cerca de Imilchil. Marruecos

Tras muchos meses de sequía, las lluvias son siempre bien recibidas, sobre todo para los nómadas acostumbrados a mirar el cielo a la espera del agua bendita. De esa bendición dependen las cosechas para los pueblos sedentarios y los pastos para los pueblos trashumantes. Estamos en Ait Hammar, a 25 kilómetros de Imilchil, lugar de encuentro de pastores nómadas y de bereberes llegados de muchos rincones de Marruecos para asistir a un mercado anual, mezcla de festividad y de comercio ambulante.

Luces del mercado. Marruecos

Mohamed y Abdelkarim han caminado durante más de una semana para traer sus ovejas al área reservada para la venta de animales. Sus facciones son rudas pero afables, una mezcla de la dureza a la que sus vidas se ven sometidas a diario y la dulzura que emana de sus corazones y que sus ojos saben transmitir con un simple cruce de miradas. Las luces amplifican la magia del encuentro con estos hombres que parecen encenderse con el sol del atardecer. Un grandioso espectáculo homenajeado con el champán celestial que representan las gotas de lluvia.

Miradas en mercado. Marruecos

Hay que aprovechar los tres días de mercado para proveerse de todo lo necesario para sobrevivir durante los próximos meses. Los grandes mercados de antaño que adquirían su máximo esplendor con la llegada de las largas caravanas procedentes del África subsahariana cargadas de oro, marfil, plumas de avestruz, sal y esclavos, han dado paso a modestos mercados en los que los productos de venta o trueque cobran el mismo protagonismo de aquella época, y no por su valor monetario sino por su importancia para la existencia de las comunidades nómadas y pastoriles.

La boca abierta del horno de leña deja escapar las llamas de su interior bajo una improvisada carpa que sirve de cocina. Los plásticos de colores cubren el pequeño restaurante que hace las veces de protector de lluvia y de reparador de estómagos hambrientos. Los olores de la carne a la brasa inundan el espacio y se mezclan con los balsámicos aromas procedentes del horno de leña. Son momentos de distensión y de charlas interminables.

Bajo la carpa del mercado. Marruecos

Los vendedores siempre se afanan en acercarse a los posibles compradores ofreciendo sus servicios. Todo lleva un proceso que ha perdurado durante siglos. Lo primero es conseguir la estima y consideración del interesado sin importar el tiempo. Cada minuto estará bien empleado siempre que se consiga vender algo. El reloj es un instrumento que parece más un objeto de decoración que de uso. Como ellos afirman, nosotros, los occidentales, somos dueños del reloj y ellos del tiempo.

Vendedor de fruta. Marruecos

Omar, vestido de una chilaba de lana marrón, contrasta con su turbante rojizo entre tantas cajas destartaladas llenas de los tesoros recogidos en su tierra. Sus movimientos son lentos y acompasados. No instiga ni acosa al comprador que se bate entre tantas frutas y verduras para decidir qué es lo que se llevará hacia su tienda para después cargar a sus animales en un viaje que probablemente durará varios días. Pacientemente, espera la decisión del comprador, que sabe que en ningún caso será engañado. El honor entre los pueblos bereberes es una regla de oro.

Contrastes en mercado. Marruecos

Los Moussem y sus mercados, representan también la entrada de productos procedentes de las grandes ciudades e incluso del extranjero. Algunos carteles son invitaciones a un cambio de vida, guiños a una comodidad y modernidad, en ocasiones engañosa, pero que termina provocando en parte de la población los efectos deseados. Las mujeres son las que más están acusando esa influencia occidental. Entre los velos y la señora con bigote seguro que hay un punto de equilibrio que recoge lo mejor de cada cultura. Lo difícil en este caso es encontrar ese punto.

Cabalgando en el mercado. Marruecos

En mi afán de rescatar imágenes de una cultura y de un modo de vida que parece estar en extinción, he pasado mucho tiempo explorando pueblos de otros países que guardan cierta similitud con la población bereber con la que me encuentro en estos momentos. Un ejemplo lo tengo con las tribus de nómadas de Irán. Desde que estuve en aquel país, las tradiciones han cambiado a un ritmo más acelerado que en las montañas del Alto Atlas. Parece que aquí los bereberes se están resistiendo más a la modernidad, y eso que Marruecos es uno de los países que están dando pasos agigantados hacia un encuentro con nuestra sociedad y forma de vida occidental.

Ait Hadiddou mercado. Marruecos

Una muestra clara de esa pérdida de identidad cultural la tenemos en la vestimenta de las mujeres. En ese museo humano que representan los mercados, podemos observar señoras que aún conservan su tradicional vestimenta que las distingue y asocia a una confederación bereber y aquellas que han abandonado su identidad para engrosar las filas de la modernidad. ¿Para qué pasar tantas horas tejiendo la lana y haciendo mantones que diferencian a las diferentes tribus, como el ejemplo de la mujer Ait Hadidou de la imagen superior, si se puede comprar en el mercado una colorida manta de cama, la mayoría procedentes de España?

Mujeres bereberes en mercado. Marruecos

Mercado con tormenta. Marruecos

Los nómadas comercian generalmente con sus cabras y ovejas de las que venden su carne y lana. Con lo recaudado de la venta podrán comprar multitud de objetos que serán necesarios en el campamento. Cuerdas, alambres, cacharros metálicos, de esparto o confeccionados con neumáticos viejos, plásticos, forraje para el ganado, joyas, especias, harina, fruta, frutos secos o tarjetas SIM con las que poder comunicarse desde las cumbres para aprovechar una esporádica red de telefonía. Aunque en este último caso, el problema no reside tanto en encontrar la señal como en poder recargar las baterías de sus móviles. Y, si aún disponen de fondos y su economía lo permite, ¿por qué no darse el placer de pasar por la peluquería?

Carnicería en mercado. Marruecos

El Moussem de Imilchil siempre se ha conocido como la Fiesta de las bodas. Sin embargo, el año 2018 ha sido el primero en el que no se ha celebrado una sola boda. Una tradición que data desde los tiempos del Protectorado francés y que ahora queda para el recuerdo. Los coloridos trajes de las mujeres que se acercaban hasta las tiendas situadas junto al morabito de Sidi Ahmed para firmar las actas de matrimonio, ahora casi no se ven. En cualquier caso, la costumbre de las mujeres de llegar hasta este lugar con sus mejores galas, aún no se ha perdido.

Madre e hija en mercado. Marruecos

Mujeres bereberes a caballo. Marruecos

Un año más el Moussem toca a su fin. Después de tres días de intensos encuentros, negociaciones, trueques, música… los animales conducen a los nómadas, junto con las compras realizadas en el mercado, de nuevo a sus hogares, jaimas montadas a decenas de kilómetros y ocultas en lo más profundo de esta cordillera. Si el Atlas pudo preservar a sus habitantes de las invasiones de los árabes a partir del siglo VII, ¿será capaz de hacer lo mismo con invasiones intangibles e invisibles como Facebook y Google?

Camino hacia la jaima. Marruecos

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