Puede que, para algunos, las prácticas religiosas de los bereberes sean poco ortodoxas si se tienen en cuenta las creencias mágicas que se manifiestan en la vida diaria. Se podría pensar que el islam impuesto a raíz de las conquistas de los árabes a partir del siglo VII, no ha calado en el fondo de sus mentes. Sin embargo, es todo lo contrario. Los bereberes son buenos musulmanes a pesar de estos ritos mágico-religiosos, y el Corán es su guía espiritual.
La manera en la que el islam arraigó en las ciudades y en el campo, no ha sido la misma. En el campo, la relación directa y constante del hombre con la naturaleza marca una diferencia. Antes de la llegada de los árabes, la población expresaba esa relación, casi divina, con el medio que le rodeaba y que le daba el sustento. La fecundidad, la cosecha, o la lluvia, tienen implicaciones con un más allá. El hombre se adapta al ritmo de las estaciones y a la proyección que la naturaleza tiene sobre sus vidas. Un ejemplo lo tenemos en los casamientos, realizados casi siempre al final del verano cuando ya se ha recogido la cosecha. Esas bodas se asocian a la suerte y prosperidad que dará la mujer a la nueva familia. Pero si, por el contrario, al cabo de un año la mujer no ha tenido niños o la cosecha no ha sido buena, significará que ha traído la mala suerte, la mala baraka, por lo que el hombre la podrá repudiar.
En muchas tribus, los sacrificios de los corderos simbolizan alianzas fuertes, ya sea en un matrimonio o para cerrar acuerdos. No es extraño que estas relaciones estrechas con la naturaleza conviertan al bereber en un ser supersticioso. Existen especialistas, una especie de curanderos al igual que en otros puntos de África, destinados a sacar los malos espíritus del cuerpo de las personas. Actualmente, también los imanes, con la ayuda del Corán, cumplen en ocasiones esta función. Las creencias supersticiosas de los bereberes representan una distinción entre los acontecimientos buenos que hay que conservar y los malos que hay que evitar. En algunos mercados, todavía se encuentran los vendedores de productos que serán utilizados para curar enfermedades de un modo muy dudoso. Rabos, dientes y pieles de animales son ejemplos de lo que nos podemos encontrar.
Durante el tiempo que llevo viviendo en Marruecos he sido testigo de actos que muestran que la superstición sigue estando muy presente en la sociedad. Muchas son las acciones destinadas a evitar los malos espíritus o el mal de ojo. Quemar sal, tatuarse, poner un trozo de lana en las muñecas de los recién casados o taparse la boca con la mano cuando se cruzan con un desconocido, son algunos ejemplos. Por el contrario, muchos son los actos para atraer la buena suerte. Una muestra la tenemos en las danzas realizadas al principio de la estación de siembra.
El culto a los santos no es un fenómeno propio de los bereberes, sino de todo el islam en el Magreb. Aquí se mezcla religión y superstición, una diferencia con el rigor religioso de Arabia. De ahí surgen los moussem de Marruecos, celebraciones donde la población se congrega alrededor del Morabito (tumba de un hombre santo), para conciliarse con su baraka o buena suerte. La mayoría de los morabitos son magníficas obras de la arquitectura tradicional de Marruecos. Al lado de ellos existe un cementerio, ya que la población prefiere ser enterrada al lado de su santón.
Lo que es evidente es que el desarrollo del islam en las montañas no ha sido igual que en las ciudades. En las aldeas y rincones apartados del Atlas aún se pueden ver a los imanes enseñando a los niños las doctrinas y palabras del Corán por mediación de repeticiones incesantes de los textos sobre las tablas coránicas. Incluso en las poblaciones nómadas existen imanes que siguen a los niños en sus desplazamientos.
Las madrasas son las escuelas en las que se enseña el islam. Son centros educativos muy importantes en el mundo musulmán. En las zonas rurales del Atlas es habitual observar a los niños portando unas tablas, especie de pequeñas pizarras de madera, con escrituras árabes. En estas escuelas se imparten principalmente dos actividades: la memorización del Corán o hifth y los estudios que terminarán convirtiendo al alumno en una autoridad religiosa o ulema dentro de su comunidad. En este caso, el alumno habrá estudiado unos doce años. Además, en estos centros también se educa a los estudiantes en la literatura árabe, lenguas extranjeras, ciencias y otras disciplinas.
En cualquier caso, la memorización del Corán es la actividad principal dentro de las madrasas, la base de la formación de todo creyente. Se centra en la lectura y la escritura repetitiva de fragmentos del Corán, desde una frase, hasta cada uno de los 114 capítulos (suras) de los que consta el libro sagrado. Además, todo se lee y se escribe en árabe clásico y no en Darija, que es el árabe que se habla en Marruecos. Gracias a eso, los alumnos aprenden también el árabe clásico, aunque no lo utilicen en la vida diaria.
Para conseguir esta memorización, los estudiantes escriben sobre una tabla de madera que luego pueden borrar. Sobre ellas se trazan los signos del alfabeto árabe con la ayuda de una pluma, que en ocasiones es un trozo de caña afilado, y tinta de carbón o de lana quemada. Cada alumno tiene su tabla, que utiliza una y otra vez después de borrarla. Normalmente se borran si el alumno ha sido capaz de memorizar todo lo escrito. La tabla tradicional se lava con arcilla y agua, así al secarse deja la superficie blanquecina y lista para volver a escribir. Se identifican por la cuerda que los niños ponen en un extremo para colgarlas en el aula.
En algunos países del África subsahariana, las tablas son algo más que una pizarra para escribir y leer. Además de ser decoradas con diseños que las convierten en obras de arte, cada vez más apreciadas y buscadas por coleccionistas, son una especie de puerta que comunica el mundo material con el espiritual. Por eso, se utilizan en muchos rituales y ceremonias, incluso el agua utilizada para lavarlas se emplea como tratamiento para enfermedades. ¿Tomarán los Smartphone el relevo a las tablas y el tinte de carbón?