Personajes de leyenda, seres extraordinarios que han alimentado mis sueños durante décadas. Hombres y mujeres fieles a sus monturas y a sus animales, las auténticas naves del desierto. Una mágica simbiosis que ha perdurado durante siglos escribiendo la historia del Sáhara. Una historia, romántica y evocadora, que parece llegar a su fin con la aparición de los vehículos a motor y el trazado a tiralíneas de las fronteras de lo que para ellos es su único país, el desierto del Sáhara.
Y de entre tantos sueños, uno parece querer salir del mundo de la fantasía para convertirse en realidad. ¿Por qué no sacar de la tetera mágica el genio que me permita realizar parte de un recorrido que ha quedado para los libros de historia? Con genio o sin él, durante estos últimos días he podido contactar y convivir con los auténticos caballeros del desierto. Con ellos decidí rememorar, aunque sea por un día, la época dorada del comercio caravanero. Y, ¿qué mejor que salir de ruta acompañado por estas enciclopedias vivientes y pasar una noche escuchando historias bajo la luz de la hoguera?
Tombuctú es casi un mito para cualquier amante del continente africano. De allí partía una de las rutas comerciales hacia los grandes mercados de Marrakech o Fez. Brahim Sbai, el más jóven de todos los que nos rodean, es la última generación de una dinastía que recibió a miles de caravanas. Heredero del gran espíritu de los pueblos nómadas, me propone poder realizar una travesía desde la mítica ciudad hasta el punto de Marruecos en el que nos encontramos. Y, haciendo un guiño al modernismo en este lugar en medio del mar de dunas, llamamos desde su teléfono móvil a un jefe de tribu que reside en Tombuctú y que pertenece a su familia. El resultado de la conversación no es precisamente muy alentador. Hemos de olvidar empezar nuestra aventura en esa zona de Mali. Ni Tombuctú, ni las minas de sal del Taoudeni cuentan con las medidas de seguridad para iniciar un periplo de esta envergadura. Los asaltantes de caravanas han dado paso a extremistas radicales armados de fusiles automáticos que han buscado su refugio en esos territorios. Sin embargo, un poco más al oeste, en tierras de Mauritania, Oualata se perfila como un magnífico candidato para emprender nuestro sueño.
No sé cómo se llama, pero me da igual. Las arrugas de su piel hablan por sí solo. Una especie de mapa topográfico que parece describir a la perfección lo que sus ojos han visto cuando las caravanas llegaban por fin al palmeral de Mhamid y Nesrate. Después de más de 50 días de una dura y arriesgada travesía desde los confines del desierto en el África subsahariana, los caravaneros se tomaban un merecido descanso en el palmeral del oasis del Draa.
Mohamed tiene una mirada de halcón que parece escudriñar cada palmo de arena. Una acción instintiva que le ha permitido sobrevivir al cabo de más de 70 años de andanzas por el Sáhara. Cuántos miles de kilómetros habrá recorrido sobre su magnífico dromedario?. En un momento dado, Brahim me traduce un mensaje contundente que me lanza Mohamed mientras observo sus facciones antes de disparar con mi cámara: » Agradece a Dios cada día por todo lo que te ha dado» Esa frase explica su gran positivismo y la manera de entender y asumir lo que para nosotros son grandes tragedias. Después, nos habla de la relación con los animales y sobre cuánto les debemos respetar y admirar.
Khatar nos sabe desplazarse sin su dromedario. Sus facciones son dulces e incluso cómicas. Al escucharle hablar es cuando más me arrepiento de no entender el árabe. Nos cuenta historias de bandidos, de contrabandistas y de amores. Recuerda cómo tuvo que recorrer casi 200 kilómetros sobre su animal para, después de casarse con una mujer, llegar tres días después a las cercanías de Mhamid para casarse con una segunda señora sin el conocimiento de la primera.
Abdelkader o Kaddi, como es conocido en su tribu, es también un descendiente de los últimos caravaneros. Al contrario que Khatar, su rostro muestra tristeza y añoranza, sobre todo cuando hablamos de aquellos momentos dorados en los que las caravanas se instalaban durante semanas a orillas de las aguas del Draa. Una auténtica fiesta, no sólo para los que dirigían las caravanas, sino también para los esclavos que viajaban en ellas.
La cocción y preparación del pan bajo la arena calentada por las brasas es una operación repetida uno y otro día. Es verdaderamente «el pan nuestro de cada día». Un gesto tan común como la preparación del té. Un ritual casi sagrado que Khatar y Kaddi repitieron en una continua muestra de su buena educación. Una especie de ceremonia que recuerda las doctrinas zen en las que uno se ve obligado a la relajación, la concentración y la reflexión.
Después de lo vivido en esta últimas horas, soy consciente, más que nunca, que me he cargado de una gran energía recibida durante una noche inolvidable. Estos hombres puede que sean la última generación de una raza que ha sobrevivido al desierto durante más de 20 siglos. Llevan consigo la impronta que caracteriza al nómada, el sello de los hombres libres. Después de los cantos que esporádicamente tarareaban, el silencio nos invade mientras las últimas brasas se van apagando dando paso a un frío que poco a poco nos va refugiando bajo las mantas.
El sol empuja a los cuerpos a salir de la protección de las mantas. Un nuevo día espera a nuestros caballeros mientras yo regreso a mi realidad, a mi mundo. Un mundo materialmente distinto, pero espiritualmente y en mi interior, muy cercano a los grandes hombres de las arenas. Oualata me llama y no puedo dejar de contestar a su llamada. Creo que el genio me quiere arrastrar hacia lo que aparentemente es un imposible.
NOTA: Todas las imágenes han sido tomadas con los personajes relatados durante las dos últimas jornadas antes de escribir el texto.
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