La región del Adrar es una fabulosa expresión del desierto. Un cúmulo de elementos que han dado como fruto la existencia de una naturaleza casi dramática, al menos por las sensaciones que nos produce su majestuosa visión. Un territorio que en nada se parece al de hace miles de años cuando los ríos, lagos y verdes valles decoraban el paisaje que acogió a otras civilizaciones cuyo legado ha quedado reflejado en las abundantes ruinas y yacimientos arqueológicos de la zona. En este universo mineral parece mentira que existan asentamientos humanos y sin embargo, ocultos bajo la protección de las verticales paredes de los cañones y las sombras de los oasis, han crecido poblaciones que han sabido adaptarse a la crudeza del medio.
La llegada a Atar supone el reencuentro con las construcciones en duro y la algarabía de cualquier ciudad africana. Se trata de un importante núcleo urbano que sirve de aprovisionamiento a toda la región. Cuenta con un interesante mercado que muestra la vitalidad de la población Maura. Entre sus estrechas callejuelas se ofrecen los productos de la región y los personajes que se mueven a través de ellas forman un interesante museo de la cultura del Adrar.
Mi amigo Ahmed Kenkou nos ofreció su casa de Atar antes de salir de Nouakchott. No ha sido difícil encontrar su emplazamiento ya que Ahmed y su familia son casi una institución en esta ciudad. La edificación, perteneciente a un antiguo emir, es un buen ejemplo de la arquitectura en piedra y barro de la región del Adrar. Muros de casi un metro de espesor protegen a sus inquilinos de las altísimas temperaturas del verano. Una característica de las viviendas del desierto que tienen un bello ejemplo en la arquitectura de barro del sur de Marruecos, en las magníficas kasbas de los oasis del valle del Draa o del Ziz, entre otros. Una técnica muy sencilla consistente en impedir que el calor producido por los rayos del sol al incidir en los muros exteriores llegue hasta el interior de la vivienda. Cuanto más ancho es el muro, más tarda el calor en llegar hasta la parte habitada. De esa manera se crea un microclima que mantiene una temperatura media en el interior de la casa muy por debajo de la existente en el exterior. Y esa propiedad sirve también para la situación térmica contraria. Es decir, cuando hace mucho frío en el exterior, el interior conserva una temperatura templada y cálida.
Hasta hace unos cinco años, Atar era posiblemente el mayor receptor de turismo del país. La aparición de Al Qaeda en el Maghreb supuso una ruptura con el turismo, por lo que el país quedó privado de una de sus mayores fuentes de divisas. Desde entonces, y por el creciente aumento a nivel mundial del terrorismo islámico, Mauritania volvió a quedar en el olvido como destino a visitar. Sin embargo, la realidad actual es bien distinta y prueba de ello nuestra expedición por un territorio marcado en rojo por algunos ministerios de varios países occidentales. Si Marruecos hasta hace poco era un destino de riesgo para aquellos que desconocen la realidad del país, qué no va a ser un país desconocido y del que tan poco se habla y se conoce? Por eso, el mejor termómetro para averiguar hasta qué punto la presencia occidental puede hacer subir la temperatura y ánimo hacia el occidental, es precisamente meterse en el corazón latente de la vida del mercado de una ciudad.
El color inunda el espacio, un auténtico caleidoscopio de telas deambulando por las calles en busca de productos que llevarse a su casa, a su choza o a su jaima. Algunas mujeres han recorrido una larga distancia para llegar hasta el mercado y poder así abastecerse de alimentos que no son propios de la región. Quién podría imaginar que se puede comer pescado fresco en el interior del desierto en un lugar tan lejano del mar? En Atar es posible gracias a las nuevas comunicaciones e infraestructuras de carreteras que están acercando muchas poblaciones al resto del país. Hasta hace no tantos años, desplazarse de una ciudad a otra suponía tener que recorrer largas distancias cruzando mares de dunas. Había que encontrar el buen camino cuando las tormentas de arena borraban todo rastro de paso de vehículos y la capacidad de navegación se hacía imprescindible para llegar a destino.
En el mercado se nota que el turismo ha estado presente en la ciudad. Son conscientes de lo que representa una cámara de fotos y de lo que puede significar el ser fotografiado. Las antiguas creencias, casi románticas, de que el objetivo de la cámara podía robar parte del alma de la persona, han dado paso a un razonamiento más propio de la era tecnológica en la que nos encontramos. La respuesta a la pregunta de por qué no quieres que te haga una foto, tiene casi siempre la misma respuesta: Facebook y Google. Una respuesta sin saber en la mayoría de los casos de qué se trata. Simplemente han oído hablar de ello a las nuevas generaciones y lo único que hacen es repetirlo. Por eso hay que ser muy respetuoso y prudente a la hora de tomar una fotografía. Todo me llama la atención. Los colores, el abigarramiento de personas en las calles, las sombras y las luces bajo los toldos que protegen de los tórridos rayos del sol, las miradas que se escapan de entre los velos de las mujeres, las escenas de personajes de otra época… Quiero capturar todo lo que me rodea, aunque tengo menos de una hora para disfrutar del momento ya que nuestro tiempo se agota y hoy tenemos que aproximarnos a la frontera con Marruecos. Espero regresar en poco tiempo y disfrutar de la energía que se desprende de sus calles, pero en esa ocasión al ritmo de ellos, al ritmo marcado por la vida en el desierto.