Ya estoy en Etiopía, una vez más al encuentro de nuevas sensaciones en el que probablemente sea el país que más me ha impactado en los últimos años.

Por la mañana me reúno con el resto de los componentes de la expedición, buenos amigos alemanes amantes de la fotografía con los que ya he viajado por otros países a la búsqueda de imágenes.

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Los dos todo terreno ya están preparados y equipados para salida. Bidones de combustible, comida, material de acampada, material de rescate…son parte de la carga que tenemos que llevar para poder afrontar las etapas que nos esperan. Meskeram, la cocinera a la que conocía de otra expedición, será la encargada de que no pasemos hambre. Todo un milagro de ingeniera de la buena cocina, teniendo en cuenta la escasez de recursos para encontrar suministros en el sur.

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Antes de la salida revisamos de nuevo la ruta y hacemos nuevos cambios teóricos, ya que está lloviendo mucho y parte de las pistas se pueden hacer impracticables o peligrosas.

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Addis Abeba a más de 2.000 metros de altitud, es el inicio de nuestra expedición. Me sigue sorprendiendo la limpieza de la ciudad en un país sin el desarrollo de otros africanos que tienen basura por doquier.

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Nuestro primer destino es Jimma, una etapa de tránsito hacia el sudeste de Etiopía. Son 350 kilómetros que nos llevan casi ocho horas debido a algunas paradas aprovechando mercados que encontramos a lo largo de nuestra ruta.

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Los paisajes son delicia para nuestros ojos. Interminables extensiones en la que el verde lo invade todo. Una región poblada por los Oromo en la que conviven armoniosamente las dos principales religiones del país, el cristianismo y el Islam. Que buen ejemplo para aquellos que en la actualidad han tomado el Islam como excusa y herramienta de guerra.

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Me sigue llamando la atención el buen ambiente que se respira con la población. A casi nadie le preocupa que le fotografíes o incluso que entres en su casa. Un momento mágico en el que las luces ténues y las sombras escenifican expresiones casi irreales de los que viven cobijados entre muros de barro y madera. Por eso, hoy las fotografías están dedicadas a esas personas que generosamente nos han regalado parte de su alma.

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Al igual que ocurre en otras culturas del mundo en el que el verde lo inunda todo, la búsqueda de colores consigue decorar y alegrar la visión de los pueblos por los que pasamos. Sin darse cuenta, paredes, pantalones y camisetas, componen verdaderos cuadros, una especie de arte rural.

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Mientras escribo estas líneas intento que me den alternativas para conseguir una conexión de Internet. La que me da el teléfono no es suficiente para poder cargar las fotos y el texto. Tampoco lo es la wifi del hotel en el que nos alojamos. Una vez sales de Addis Abeba, localizar una conexión de Internet se vuelve una prueba que hay que superar a diario. En cualquier caso, si estás leyendo esta crónica es que en esta ocasión he conseguido ganarme el cariño de los duendes de la comunicación.

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