Harar, ciudad perdida en el este de Etiopía es la  cuarta ciudad santa del Islam después de Meca, Medina y Jerusalén. Su antigüedad e historia se siente en cada una de las callejuelas de la parte antigua que, al igual que Marrakech, se encuentra amurallada con cinco puertas de acceso y cuatro metros de altura. Fue fundada entre los siglos VI y X convirtiéndose en el centro de la cultura islámica más importante del Cuerno de África. En el año 2006 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

En su época fue un importante centro comercial que unía el resto de Etiopía con los otros países del Cuerno de África y del Mar Rojo.

La influencia de los indios comerciantes que hicieron vivir a esta urbe su gran apogeo comercial, se ve en la arquitectura de muchas de sus viviendas. Lo mejor para sentir Harar es dejar que tus pies y tu intuición te vallan guiando entre el laberinto de callejuelas que recorren  su interior. Nada ha cambiado en muchos años, excepto alguna antena parabólica en los techos de alguna de las casas. Los techos se utilizaban hasta hace poco para secar los granos de café, uno de los mejores del mundo. Hoy, el café se ha cambiado por la producción de una planta llamada Khat que se encuentra por todos los mercados. La emplean como estimulante, teniendo unos efectos más fuertes que el café. En muchas calles aparecen montoncitos de esta planta y algunos hombres tirados sobre ellos con rostros que muestran los efectos de su consumo excesivo.

Tan importante es el negocio del Khat que existen aviones privados que lo llevan hasta Londres para suministrar esta planta a la población somalí que allí se encuentra. Los conductores de camiones lo mastican para aguantar al volante gran número de horas y en Addis Abeba gran parte de los oficinistas se pasan el tiempo de descanso haciendo lo mismo. Las autoridades se están dando cuenta que puede convertirse en un problema social ya que se termina produciendo una adicción con su consumo.

Los diferentes grupos étnicos conviven con gran armonía. Los más numerosos son los hararís, oromo, amhara, guraje, tigrai y somalís.

Para mí, la ciudad muestra dos caras completamente diferentes. Por un lado la belleza de su arquitectura urbana y la belleza de las infinitas composiciones que se crean con el simple echo de ver a las mujeres caminar o vender en medio de callejuelas con muros repletos de color. El ojo filtra las mejores situaciones y las mejores combinaciones. Es un paraíso para un fotógrafo, unido además a los escasos problemas que la gente expresa al ver una cámara.

Por otro lado, la visión de pobreza y miseria que se ve al caminar por las calles. Mendigos y tullidos, enfermos de lepra o deficientes mentales que terminan arrastrados por el suelo. Todos esperando recibir el cumplimiento de uno de los cinco preceptos del Islam que obliga a dar limosna al necesitado.

Por la noche asistimos a un ritual que remonta a la época en que las puertas de la muralla estaban cerradas. Las hienas se acercaban para encontrar restos de alimentos o matar animales. Entonces apareció una persona que comenzó a alimentarlas a diario para evitar que sus animales fuesen atacados. Esa tradición se conserva actualmente y cada noche un harari las llama lanzando unos característicos sonidos guturales. Los animales se acercan con mucha timidez ya que ellos temen más al hombre que nosotros a ellos.

Es sorprendente la cantidad de anécdotas que se pueden vivir cuando te mezclas entre la muchedumbre para sentir el ritmo de la vida cotidiana. Una que me llamó la atención fue la de un policía en pleno centro que al ver que una pequeña furgoneta de pasajeros se metía en una callejuela por dirección prohibida, arranca la matricula trasera para evitar la fuga.

La noche se acerca y mi cuerpo ya siente el cansancio de tanto deambular por Harar. Sin embargo, no sólo mi cámara ha conseguido grabar imágenes sorprendentes, muchas de las capturadas por mi retina permanecerán en mi cerebro para el resto de mis días.