La verdad es que los valores en este país no dejan de sorprenderme y siempre para bien.
Nada más salir con los coches bajo una lluvia incesante que no ha pasado durante toda la noche, llegamos a una rotonda. En ella observo un mendigo ofreciendo un trozo de pan a un perro tan mendigo como él.
Puede que muchos no entiendan el significado de lo que representa este detalle.
No conozco ningún país de África, y me he recorrido gran parte de ellos, en los que la relación con los animales sea tan estrecha como en Etiopía.
Si ayer hablaba de la limpieza, hoy lo hago de otro valor muy importante para apreciar la mentalidad de la gente de este país.
Sin embargo no siempre los animales respetan del mismo modo a los humanos. Hoy hemos descubierto el porqué a lo largo de nuestra ruta.
Una carretera recién construida que serpentea entre montañas de interminables bosques repletos de babuinos y en la que estos animales osan acercarse a los vehículos como si quisieran saber quienes somos, a dónde vamos y sobre todo qué llevamos.
Un ejemplar de enormes dimensiones se acerca a nuestro vehículo echando un vistazo al interior. Esa situación yo no la podía desperdiciar, por lo que bajo un poco la ventanilla para intentar sacar una foto. El babuino no se lo piensa dos veces, entra por la ventana produciendo un auténtico caos e incluso pánico en el interior. Se sube encima de mí y le quita a Nicolas la mazorca tostada de maíz que se estaba comiendo. Nicolas se queda helado sin saber ni que había pasado. El susto le dejó paralizado. Meskeram abrió la puerta y salió corriendo como si hubiese visto al mismísimo diablo. El conductor no fue menos y salió detrás de ella. Y yo, lo único que pensé en ese momento era agarrar bien mi cámara por si acaso era amante de la fotografía. Ya he vivido en la India situaciones en las que monos se organizan para quitar cámaras de fotos e incluso gafas. Nuestro amigo era un gurmet y sólo deseaba la delicatessen del maíz.
Avanzamos a unos dos mil metros de altitud por un paisaje impresionante.
No llueve y el cielo decora un escenario salpicado por continuos poblados de chozas. Al estar casi terminada la carretera hasta Mizan Teferi podemos avanzar rápido ya que tenemos que llegar antes de las 16 horas que es cuando cierran la oficina que nos tiene que dar los permisos para entrar en la zona del sur.
Al llegar tan pronto a la ciudad, podemos deambular por sus calles y ver la vida cotidiana de esta gente. Unos pasan el tiempo jugando al pin pon, otros intentando vender pequeños productos del campo en los coloridos mercados y algunos de los que no tienen nada que hacer, buscan refugio en los continuos chiringuitos en los que una especie de licor artesano parece quitarles la sed y en muchos casos hasta la razón.
Los interiores suelen ser lugares oscuros con paredes coloridas. Entrar en estos locales supone encontrar en la mayoría de las ocasiones gente deseosa de darte cariño. A diferencia de lo que podría ocurrir en otros países, aquí uno no siente la inseguridad. Es todo lo contrario. Una hospitalidad que siempre he apreciado en todos los viajes a Etiopía.
Sin embargo, no todo cambia para bien. La construcción de la carretera significa la llegada de mayor turismo, aunque nosotros casi no hemos visto por ahora a nadie. Turismo representa dinero, por lo que la costumbre de pedir birr (la moneda local) por apuntar con la cámara hacia cualquier cosa puede significar que alguien vendrá a pedirte dinero.
En tan solo dos años, ha cambiado mucho la relación con la población limítrofe a la carretera. Lo que me asusta un poco es lo que me pueda encontrar ahora en las tribus del sur. Ya en el 2009 vaticiné un cambio de las culturas de la región en la que nos adentraremos mañana.
Calculé que en menos de 5 años lo que yo había visto no volvería a ser igual. Pero bueno, eso lo dejaremos para mañana. En cualquier caso, con cambios o sin ellos, lo que está claro es que disfrutaremos de las experiencias que nos esperan.