Conforme descendemos hacia el sur, el paisaje se fue desertizando hasta convertirse en un árido lugar con unas temperaturas que subieron hasta casi los 40 grados. La población es casi nula hasta llegar a la pequeña aldea de Kivish. Los rostros de sus habitantes, la mayoría armados con armas automáticas delatan la tensión con la que vive la población. No son raro los ataques entre diferentes tribus y el robo de ganado.
Por la zona se encuentran algunas pequeñas aldeas de los Nyangatom. Nada ha cambiado en los últimos años y la falta de extranjeros que pasen por este lugar ha favorecido que se mantengan intactas sus ancestrales costumbres.
Por la tarde alcanzamos las orillas del río Omo. Un continuo trasiego de mujeres de las tríbus Hamer y Nyangatom transportando las mercancías que desde la otra orilla llegan sobre pequeñas embarcaciones. La luz del atardecer confiere un ambiente mágico e irreal a este lugar que parece descolgado del mundo.
Juan Antonio Muñoz