Algunas puertas parecen burlarse del terremoto sufrido hace unos días. Es como si quisieran esperar a que los muros se reconstruyan permitiendo así que las familias regresen a sus hogares y puedan volver a disfrutar, desde sus ventanas, de las formidables vistas del valle de la Tazaoute, en plena cordillera del Alto Atlas.
8 de septiembre 2023 23:11, palmeral del valle del Draa en Agdz. Un sonido aterrador envuelve la habitación en la que me encuentro. Todo se mueve, las vasijas de cerámica, una tras otra, van cayendo al suelo. La tierra del techo se filtra entre las cañas creando un ambiente polvoriento y fantasmagórico. Durante los primeros segundos no acierto a saber qué es lo que está pasando. Pero sí, es un terremoto moviendo el edificio como si de un juguete se tratara. Corremos hacia el jardín pensando que en cualquier momento la casa se derrumbaría sobre nosotros.
No sé si fueron 30 segundos o un minuto. Un tiempo y una experiencia que jamás olvidaré. Sin embargo, me siento afortunado cuando empiezo a tener las primeras noticias sobre las consecuencias del seísmo en otros lugares. Un vecino de Toufrine, aldea situada a casi 2.000 metros de altitud en el corazón del Alto Atlas, nos llama a las 2 de la madrugada. Nos dice que nuestra casa de piedra se ha hundido parcialmente y que Mohamed, un amigo del pueblo, ha perecido junto a su mujer y sus tres hijos al desplomarse el techo y quedar sepultados bajo los escombros.
A la mañana siguiente, las televisiones de todo el mundo abren los informativos con las imágenes del terremoto. Para el espectador, Marrakech se ha convertido en una especie de campo de guerra con gran cantidad de edificios hundidos. Las escenas mostradas son siempre las mismas y desde diferentes ángulos, cosas de la prensa sensacionalista. Aunque las peores y catastróficas consecuencias se vivieron más al interior de la cordillera, casi toda la información se centraba en Marrakech.
Conocidos y amigos, al enterarse de lo ocurrido, comienzan a llamarme para interesarse y ofrecer su ayuda. Es en ese momento cuando pienso que toda esa energía positiva podía canalizarse para que llegase a alguna parte de las zonas afectadas.
A través de un grupo de Whatsapp se coordinan las donaciones, en principio para llegar a 300 personas. A lo largo de los días, las aportaciones superan el mínimo de lo establecido como objetivo. Se crean varios almacenes de entrega distribuidos por la Península, al tiempo que las contribuciones económicas empiezan a llegar a Marruecos.
Con el paso de las jornadas y en vista de las aportaciones, hay que coordinar la entrega del material. En primer lugar, encontrar la ubicación de almacenes en Barcelona, Madrid, Jaén y Sevilla, para ir recopilando la ropa debidamente clasificada por edad, talla y sexo. Después, solucionar la logística del transporte hacia Marruecos y por último la entrega a los afectados.
Lo que en principio estaba calculado con paquetes de ropa para 300 personas, ha terminado llenando la carga de dos camiones y varios vehículos 4×4, alguno de ellos con remolque. Con lo que no contábamos era con la introducción, por parte de las autoridades aduaneras marroquíes, de nuevas normas de acceso de las ayudas. Al principio todo entraba, hasta que paulatinamente, y con el paso de los días, se iba denegando el acceso a bastantes vehículos cargados con material. La policía española ya avisaba del retorno a España de muchos coches a los que no se les permitió el acceso con las cajas de ropa.
La policía marroquí descubrió que, con la excusa de ayuda a los damnificados, parte de la ropa que entraba, terminaba en mercadillos ambulantes. También se detectó contrabando escondido entre la mercancía y, con lo que pocos contaban, el gobierno de Marruecos ha sabido gestionar de un modo admirable las ayudas por parte de su propio pueblo.
No pasaron tres días desde el seísmo y en puntos estratégicos del Alto Atlas se crearon auténticos campamentos de refugiados con una tienda de campaña para cada familia, restaurantes móviles funcionando las 24 horas, panaderías militares haciendo pan sin interrupción y asistencia de hospitales ambulantes con médicos y atención psicológica.
A los dos días del terremoto me acerqué a Toufrine y observé la ayuda que en tan poco tiempo había llegado a su población. Mantas y sacos de harina llegaban sin interrupción hasta lo alto de la montaña en la que se encuentra el pueblo. Un gran campamento ya estaba instalado por parte de Protección Civil para cada familia perjudicada.
Para evitar problemas en la aduana, y para gestionar mejor el reparto, contacto con el Pachá de Ouarzazate. Él, me dirige hacia el coordinador territorial de la Provincia encargado de recibir a los vehículos con donaciones. Cuando entro en los almacenes no doy crédito a lo que veo. Un gran estudio de cine convertido en un gigantesco almacén. En el interior, un pequeño ejército de ayudantes con chalecos de color amarillo reflectante, descargando, organizando y clasificando todo lo que iba llegando. Aquí, una montaña con cientos de mantas, más allá, toneladas de sacos de harina, colchones, ropa, botellas de agua, alimento… En este lugar está prohibido hacer fotos y la entrada de extranjeros. Ya me dijeron que mi caso era excepcional.
En Jaén tenemos el primer percance. El camión 4×4 de Jesús ha roto la caja de cambios y no puede embarcar con el primer convoy previsto para el 28 de septiembre. Le dejan otro camión de carga, pero tampoco puede embarcar ya que se necesita que un transitario haga todos los despachos de aduana. Finalmente, decidimos esperar a que el vehículo se arregle. Afortunadamente, el camión de Casper tiene espacio para llevar parte de lo almacenado.
Después de un retraso del ferry de casi cinco horas, el primer convoy entra en Marruecos para dirigirse hacia Ouarzazate. A la llegada a la ciudad, otro nuevo cambio en la normativa. Está prohibido que los extranjeros depositen directamente la carga, por lo que en lugar de esperar, decidimos coordinar la entrega de algo del material directamente con las asociaciones. Mientras tanto, quedamos a la espera de encontrar a un marroquí que pueda depositar el cargamento en los almacenes del Gobierno.
1 de octubre. Nos dirigimos con una parte del material transportado hacia Toufrine y los pueblos de alrededor. Con el apoyo de las asociaciones y de la gente del pueblo, descargamos los paquetes debidamente clasificados con su contenido. Abdeljalil nos presenta a parte de la población afectada. Entramos en algunas casas en las que ya no se puede vivir por culpa de los enormes daños estructurales que sufren.
Omar, un anciano de unos 80 años, nos enseña su casa. Un juego de paredes y volúmenes de piedra con enormes grietas por las que ya se filtran los rayos del sol. Cuartos vacíos, suelos de tierra y paredes ennegrecidas por el humo de la cocina interior. Su rostro nos conmueve. Su gesticulación a la hora de explicar aquel terrible momento ilustra más que mil palabras. Ahora no le queda nada y lo que es peor, ¿qué futuro le espera durante los próximos meses en los que el frío y la nieve harán de la cotidianidad un auténtico reto de supervivencia?
El Gobierno marroquí ha establecido un plan de ayuda para que todas las casas afectadas por el terremoto puedan ser restauradas manteniendo el estilo de arquitectura tradicional. Una construcción en piedra que convierte a la mayoría de los pueblos en auténticas joyas de la arquitectura en piedra. Eso, sin contar lo impresionante del paisaje en el que se encuentran. Pero, hasta que lleguen esas ayudas, tendrán que hacer frente al invierno que se avecina.
Después del valle de Tazaoute, decidimos separar nuestro grupo para llegar a más sitios. El equipo formado por Isabel Fdez de Alba, y sus amigos, algunos curtidos en ayudas en catástrofes por varios países del mundo, recientemente en Ucrania, se van a la región de Tidili. Isabel conoce y ya ha contactado, a los representantes de algunas asociaciones que esperan su llegada. Antonio García y Jesús Trullench me acompañan al desierto. Isabel me escribe lo que están viviendo:
“Después de visitar los pueblos de la región de Ouarzazate, teníamos un objetivo pendiente. Ir con parte de la ayuda humanitaria que trajimos, a un pueblo del valle del Toubkal, a Amsouzart. Un pueblo, lejano de vías de paso, a 2.000 mt de altitud. Un pueblo querido por mí, por conocer a una familia, la familia de Omar Himi con quien hemos pasado buenos momentos a lo largo de 20 años.
Costó llegar por el estado de las carreteras, desprendimientos, arreglos continuos….Nos recibió, Hussein Himi, el nieto de Omar en su albergue y nos presentó a los representantes de la organización local, del pueblo, para recogida de ayuda.
En el pueblo había casas con grietas y desperfectos varios, que estaban arreglando para que las lluvias no afectaran más y terminaran cayéndose.
En la zona de parking del pueblo descargamos lo que traíamos en nuestros coches. Incluido un balón para los niños que agradecieron con griterío y grandes sonrisas. Lo cambiaron por la botella de plástico con la que estaban jugando.
Entregamos la ayuda que fue subida, poco a poco, al local de la asociación en la parte alta del pueblo con las mulas. Nos despedimos con alegría y tristeza al mismo tiempo, con el compromiso de volver”.
Visto el nivel de ayuda que ha llegado a la mayoría de los pueblos y, después de escuchar en los medios de comunicación a muchos presidentes de comunas pidiendo que no se entregue más material, decidimos aportar nuestro pequeño granito de arena en medio del desierto.
Llevar más de 20 años viviendo en el sur de Marruecos, me ha permitido tener localizadas las zonas y asentamientos provisionales de algunas comunidades nómadas. Es cierto que ellos no han sufrido directamente los efectos del terremoto. Sin embargo, llevan varios años padeciendo otro seísmo. Un seísmo fruto del calentamiento del planeta, de la falta de lluvias desde hace tres años, de la sequía de los pozos y de la falta de pastos para sus rebaños. Pero de eso, no se habla y nadie sabe de ellos.
Ha caído la noche después de un espectacular atardecer y circulamos por un lugar remoto cubierto con un exuberante bosque de acacias. La falta de luz no me deja ver de lejos la ubicación de alguna de las tiendas que ya había visto en anteriores viajes, aunque sé que debemos de estar muy cerca. Circulamos en una zona pedregosa que nos obliga a llevar una media de no más de 10 kilómetros hora. De repente, las luces del 4×4 apuntan hacia un pozo, lo que indica que alguna jaima –tiendas del desierto- debe estar cerca.
Divisamos la luz de una pequeña linterna en la lejanía haciendo la función de faro en el desierto. Abdelgafor, nuestro acompañante bereber, desciende del coche para presentarse y apaciguar el miedo de la familia. Para ellos, y a esa hora de la noche, somos unos intrusos inesperados en ese remoto rincón del Sáhara.
Iluminados por las brasas y una pequeña linterna, descubrimos una familia compuesta por el padre, la madre, un niño de 4 años y una niña de 12. Su hábitat está formado por delgados troncos sujetando telas bajo las que se cobijan. Humildes, pero orgullosos de su vida en el desierto, muestran una dignidad que muchos han perdido en la vida occidental de nuestras ciudades.
Nos invitan a cenar a pesar de tener los alimentos justos para su vida diaria. El té bajo las estrellas y la luz de la luna nos recuerda que hay otros mundos en los que el cielo parece estar más cercano.
Antes de que salga el sol, la familia ya está activa haciendo los quehaceres diarios de la vida del desierto. Las cabras se acercan a nosotros antes de levantarnos de nuestra cama improvisada sobre el suelo. Manu recupera su micrófono de cámara que una cabra se ha llevado a casi 50 metros.
Hasna, la hija de la familia, es la primera en recibir su bolsa de ropa mientras su madre observa de un modo discreto entre las telas de la jaima. La expresión de la niña al probarse alguna de las prendas, da por merecido cualquier esfuerzo por llegar hasta este lugar. Su vida está centrada en el cuidado de los animales y en la ayuda a su madre. La lejanía de una población es la responsable de que no pueda, ni ella, ni su hermano Mohamed, asistir a una escuela.
Nos despedimos de ellos con mi promesa de volver. Ahora continuamos nuestra ruta en la que coincidimos con tres grupos de nómadas a los que aportamos algo de vestimenta para el invierno. Gracias al terremoto y a la solidaridad de los que han hecho posible arrancar sonrisas, muchas familias podrán soportar la dureza de las frías noches invernales en las montañas y en el desierto.
A la hora de escribir estas líneas me confirman que la mercancía que ha viajado en el camión de Casper en el segundo convoy, ya está guardada en los almacenes de Ouarzazate. Esperemos que en breve, la ropa que aún se encuentra en Jaén llegue a las mejores manos.
Jesús, ya ha organizado otra caravana de coches para llevar parte de la carga almacenada en el camión de Jaén. Confío que a lo largo de estas semanas veamos cumplido el deseo de todos los que han colaborado en este proyecto humanitario.
Sólo me queda agradecer a todos los que han hecho posible esta acción solidaria. Seguro que me he dejado a muchos, pero me gustaría públicamente dar las gracias a: Isabel Fdez de Alba, Ana Dapena, Jesús Ibañez Ruiz, Miguel Angel Muñoz (CES), José María Torrejón (Casper). Luis Heras, Victor Toucedo (FRS Emergencias), José Alejandro Olivares, Michel Magne, Nuria Laso, Club de Granda Off Road Aventura, Mensajería GLS La Chana de Granada, Clínica Mi Tres Torres, Imecba, Juan Renato, Fuensanta Rodriguez, Ignacio Iturriaga, José L Pérez Fernandez, Joaquina Redín, Tipsa mensajería, Restaurante Kercus, Mohamed Essadik, Mohamed Mountasser, Carlos Hernandez, Abdelgafor Bambar, Abdeljalil de Tagroute…
Igualmente, a todos aquellos que han preferido hacer una donación en metálico, aunque muchos han preferido mantenerse en el anonimato: Autobuses Javier de Miguel, Tatiana Pankratof, Luis Mata, Luis Sanchez, Linda Taffer, Mariano López, José Antonio León, Mamen Afriquía…
Por último, agradecer a Manuel Coronado, de Light Hunter Films, su predisposición para hacer un pequeño resumen de vídeo sobre esta experiencia humana que siempre quedará guardada en nuestro interior.