El nuevo día nos recibe con una luz casi irreal. Son las seis y media de la mañana cuando nos preparamos para salir. Sin embargo, resulta casi imposible iniciar la ruta sin sentarse a escuchar el sonido de África. Los pájaros y la brisa del viento nos dejan enganchados bajo la choza en la que tomamos el desayuno.
Descendiendo hasta las tierras bajas en las que se encuentra el lago Chew Bahir encontramos los últimos Hamer. Para ellos parece que nada ha cambiado en los últimos cientos de años. Poco a poco, este pueblo está abandonando la actividad pastoril para dedicarse más a la agricultura. En uno de estos asentamientos Hamer me sorprende cómo han levantado una especie de pequeños palafitos que sirven para que una persona esté siempre vigilando con el fin de asustar a los pájaros e impedir así que se coman el sorgo que han plantado. Es casi una visión surrealista. En espacio de unos cincuenta metros, espantapájaros humanos se pasan todo el día con una larga vara en la mano ahuyentando todo tipo de ave que osa acercarse a su cosecha.
Exploramos en las cercanías del lago Chew Bahir para llegar a algunos de los pueblos de la tribu Arbore. Más imágenes propias de la época de Livington o Stanley. Este pueblo sigue conservando sus señas de identidad. Las mujeres portan largos collares de cuentas de colores, aunque no se tiñen el pelo de rojo y visten utilizando menos pieles de animales que los Hamer.
Continuamos por un territorio salpicado de acacias de grandes dimensiones. Las rápidas pistas nos llevan hasta el pueblo de Konso. Es día de mercado y un momento perfecto para ver el modo de vida y costumbres de este pueblo. Aquí no se mantiene el primitivismo de algunos de los pueblos que hemos visto desde el inicio del viaje. La indumentaria no es la misma. Las faldas de las mujeres me recuerdan mucho a los tejidos de Guatemala con sus rayas de vivos colores. Son tejidos fabricados por las mujeres en el pueblo con algodón plantado en sus tierras. Muy interesante el tipo de construcción de la parte antigua del pueblo que aún sigue habitado. Me sigue sorprendiendo la limpieza de la gente. No se ve basura por ningún sitio, cosa que se puede entender en pueblos como los Surma y los Hamer que no utilizan productos industriales. Sin embargo, en Konso si venden productos que en otros países irían directamente a la calle.
En el mercado abundan pequeños chiringuitos en los que decenas de hombres y mujeres beben una especie de aguardiente en un recipiente hecho con calabaza. La entrada a ellos me ofrece mucho respeto. Beben sin parar y me da miedo algún tipo de reacción al ver a un “forangi”, traducción de extranjero, entrando en su espacio con una cámara de fotos.
Nuevamente de regreso a Arba Minch para dormir en un Lodge con unas impresionantes vistas sobre el lago y el Parque Natural.
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