En la crónica de ayer comentaba que me quedaría en la habitación sin salir. Sin embargo no ha sido así. Foad nos comentó que había un chiringuito de música tradicional africana en la ciudad y terminó convenciéndonos para ir. Menos mal que fui porque lo que allí vivimos fue inolvidable. Un lugar para ellos, para los africanos y no para turistas, una música tradicional con un ritmo frenético y unos bailarines que eran de otra galaxia. De todos los años que he viajado por África, nunca había encontrado a unos danzarines con huesos de goma. Sus cuerpos se movían a un ritmo sobrenatural. Parecía imposible que no se rompiesen mientras hacían vibrar cada músculo y articulación al sonido de los tambres. Es difícil de explicar si uno no lo ve metido en el ambiente. Tanto me envolvió la situación que terminé
acompañándoles en los momentos que descendían el ritmo. Al final buena sesión de aerobic para ir calentito a la cama.
Nuestra ruta se dirige hacia Lalibela bordeando el lago Tana. Desde la orilla se divisan las pequeñas islas del interior. Lo que más sorprende en esta jornada es el cambio de paisaje con respecto a los días anteriores. Las montañas de grandes bosques han dado paso a interminables extensiones de pastos que parecen estar cubiertas con un
gigantesco tapiz de infinitas tonalidades de verdes. Verdes sacados de un pantone casi imposible.
La ruta va zigzagueando por crestas de montañas a unos 2.000 metros de altitud. Da la impresión de estar sobre un avión. A ambos lados las vistas aéreas nos muestran la magnitud de la Gran Falla Africana. Que espectáculo bajo un cielo que tampoco deja de sorprendernos con sus rápidos cambios de humor. El sol deja paso a la lluvia en un relevo mágico que convierte esta tierra en el edén en el que nos encontramos.
La vida de esta gente está asociada al campo. Pastores y agricultores parecen flotar sobre la alfombra verde. Las túnicas o especie de mantones que llevan para protegerse del frío les confieren un aspecto aún más misterioso. Todos llevan unos palos que utilizan casi como tercer brazo. Siempre lo llevan consigo. Puesto sobre la nuca les sirve para colgar los brazos. También sirve para ayudar a caminar, para colgar el hatillo con el que recorren kilómetros o para conducir y guiar a los rebaños.
En muchos lugares observamos grupos de hombres que se reúnen para arreglar las diferencias por temas de cultivos o de animales. Su aspecto recuerda muchas a las películas históricas. Es como estar en una rodaje ambientado en la antigüedad. Y en mi caso es más notorio por vivir en Ouarzazate, una ciudad que ha visto la filmación de gran parte de las superproducciones históricas.
Las miradas que recibo son de curiosidad ante la presencia de un extraño que se interfiere en sus asuntos y reuniones con una cámara en mano. Cuando veo la situación me sumerjo en ella sin preguntar. Mi carta de visita es un saludo y una sonrisa unido a un apretón de manos. Para ellos no es fácil decir que no a alguien que te fotografía dando una palmada en la espalda. En cualquier caso, se parte de una cosa muy importante, son muy buena gente.
Continuamos por un África que se resiste a cambiar, señal de identidad de Etiopía. Lo que no sé es cuanto resistirán al avance de la occidentalización.