No puedo esperar más tiempo dentro de la tienda, siento las primeras luces y salgo con mi cámara al encuentro de los Surma, el que probablemente sea el pueblo que más me ha impresionado a lo largo de años de viajes.
El cielo está completamente nublado, un cielo propio de una película de los 10 Mandamientos cubre la aldea.
Tímidamente los primeros Surma comienzan a salir de sus chozas. Sus rostros denotan el frío que hace en esta época, sobre todo en el momento que desaparece el sol.
Una mujer con el característico plato labial se acerca al lugar en el que me encuentro. No puede esconder la curiosidad que la creo al aparecer con mi cámara en medio de un terreno empapado por la lluvia. Es increíble que se puedan meter una cosa tan grande en el labio. Además, cuanto más grande sea el disco, más bella es la mujer para el hombre y más tendrá que pagar de dote en el momento del matrimonio, dote que generalmente consistente en cabezas de ganado.
Poco a poco comienzan a aparecer jóvenes con adornos corporales, un verdadero Body Art que realizan con pigmentos naturales conseguidos de la tierra.
Bajo un pequeño bosque observo como uno a otro se van pintando el cuerpo. Siempre he querido sentir esa operación y ahora ha llegado el momento. Le pido a mi intérprete que me consiga a alguien que acceda a pintarme la cara. Al poco, una mujer con el labio inferior colgando se acerca y me hace señas de sentarme sobre la hierba en una zona de bosque. Trae consigo diferentes trocitos de tierra de varios colores. Tierra blanca y ocre que mezcla que diluye en agua y pone sobre una piedra. El pincel consiste en un trozo de espiga que muerde en uno de sus extremos para aplanarlo.
Inicia la operación despacio, sin prisa, meditando la localización de cada línea sobre mi cara, aunque no hay que olvidar el trabajo extra que tendrá que realizar con la ampliación de mi frente hacia atrás.
Al poco se dan cuenta que el color ocre no iría bien sobre una piel blanca, por lo que deciden sustituirlo por el negro. Este color lo consigue de un trozo de ceniza de madera que traen de una hoguera apagada. Poco a poco mi rostro va tomando una decoración que no consigo imaginar ya que no dispongo de un espejo para verme. Después de casi media hora la obra está terminada. Ha sido un momento y una experiencia que no olvidaré jamás por la manera y el lugar en que se ha producido.
Dejarse llevar por sus manos y sus miradas ha conseguido acercarme aún más a este pueblo. Parece ser que esta costumbre que hoy se realiza por pura decoración, antiguamente se hacia para intimidar al enemigo. En la actualidad los hombres se pintan de cuerpo entero cuando tienen que intimidar a sus contricantes en el momento de enfrentarse en unos combates llamados Donga que se realizan en esta época.
Delante de nuestros vehículos empiezan a aparecer grupos de hombres armados con largas varas de madera.
Nuestro intérprete nos indica que se va a celebrar una Donga en la otra parte del río. Sin embargo, cualquier intento por asistir a ese trofeo consigue una negativa por nuestro guía que dice que desde hace unos tres años las autoridades han prohibido tajantemente que cualquier extranjero asista a ese concurso para evitar que salgan a la luz imágenes que puedan mostrar al mundo unas costumbres primitivas y violentas de gente de Etiopía.
Por suerte pude asistir y fotografiar en el 2009 una impresionante Donga en la que cientos de guerreros se pegaban para conseguir que hubiese un campeón.
Al no poder asistir a la Donga nos internamos en una aldea en la que tenemos la suerte de presenciar el encierro de las vacas que llegan de los campos a sus rediles y lo más importante, ver como clavan una lanza a algunos animales para obtener sangre con la que alimentarse.
Dos jóvenes sujetan a la vaca elegida y el tercero dispara una pequeña flecha que agujerea una arteria que comienza a sangrar con un chorro que llena media calabaza que utilizan como recipiente. Después de llenarla cierran el pequeño orificio con un poco de barro y la vaca regresa con el resto del rebaño. Es como estar viviendo una visión de hace cientos de años. Estamos en el 2014 y esta gente se resiste a cambiar.
La noche aparece casi sin darnos cuenta y regresamos a nuestro campamento a preparar la cena. Mañana nos espera el regreso por otra ruta hacia Mizan Teferi.