MAURITANIA, AOUDAGHOST Y AFFOLÉ (XII)

2 de julio 2022. Menos mal que montamos el campamento justo antes de la zona de dunas bajas e hierbas de camello (montículos con plantas que dificultan el paso con vehículos). Un auténtico laberinto de subidas y bajadas. Dos tipos de arena, la naranja y la blanca. Sobre esta última hay más riesgo de quedarse atascado. Las presiones de los neumáticos van a menos de 1 kilo y medio. Aun así, no hay que arriesgar lo más mínimo. Un fallo a la hora de atacar un paso, puede condenarnos a realizar un esfuerzo tremendo para liberar nuestro 4×4. Sobre todo cuando la temperatura a esta hora de la mañana ya supera los 40 grados.

La mejor, o más razonable opción es estos casos, es que yo camine delante del coche buscando el mejor trayecto, evitando las dudas y decisiones que cuando uno conduce tiene que tomar en décimas de segundo para no perder la inercia y quedar plantado en la arena. No dejo de beber. Mi piel brilla por la continua transpiración. Hay que protegerse muy bien la cabeza para evitar el indeseable golpe de calor que, en ocasiones, puede ser fatal.

A lo lejos divisamos una antena de telefonía que coincide con el rumbo que tenemos que llevar. Aunque parezca mentira, hay este tipo de torres en las zonas más despobladas e inaccesibles. ¿Quién, a parte de nosotros se beneficia de ellas? Esta es la razón por la que puedo mandar a diario las crónicas. Otro motivo más para poder circular por espacios inhabitados sabiendo que podemos comunicarnos en una imprevista emergencia. En cualquier caso, Victor Toucedo, de FRS, nos cedió un teléfono satélite por si acaso. Un instrumento que no puede faltar en nuestro equipaje al viajar por estos lugares, sobre todo si se hace en solitario.

Un nómada nos indica el paso hacia la antigua ciudad. Primero quiero enseñar a Jesús el pozo de Togba, lugar de paso obligado para las antiguas caravanas. A partir de este punto ya sólo nos quedan unos 7 kilómetros para llegar a la antigua ciudad. En un paso entre rocas y junto a un lecho de río se encuentran las ruinas. Las excavaciones se llevaron a cabo entre 1960 y 1976 por un equipo de arqueólogos franceses. Las primeras capas datan de los siglos VII-IX con las primeras estructuras de adobe a finales del siglo IX y principios del X. Algunos edificios de piedra se construyeron en el siglo XI. La ciudad parece haber sido parcialmente abandonada a finales del siglo XII y completamente abandonada hacia el XV, aunque hubo algún reasentamiento dos siglos más tarde.

Los arqueólogos han podido restaurar parte de la antigua mezquita, que es lo que se encuentra en mejor estado. En la época de esplendor de la ciudad, la gente cultivaba palmeras datileras y trigo, algo parecido al actual cultivo del valle del Draa en Marruecos. También se plantaba henna. La historia cuenta que su mercado siempre estaba lleno de gente. Sus transacciones más importantes eran a base de oro y la mayoría de sus habitantes procedían de Túnez. Tenían tantos esclavos que se dice que cada habitante podía tener cientos de ellos.

La ciudad formó parte del imperio de Ghana hasta la llegada de los Almorávides. A partir del siglo XII la ciudad cayó en declive, puede que por la escasez de agua. Oualata, ciudad situada a 360 kilómetros al este, sustituyo a Audaghost como punto estratégico de las rutas transaharianas. Llegar hasta este punto sólo tiene sentido si uno quiere respirar e imaginar lo que representó en aquella época un lugar que ahora se encuentra retirado y perdido en el desierto de Mauritania. Ahora nadie llega a este enclave para continuar rumbo norte atravesando el gran mar de dunas del Aoukker.

Regresamos a Tamcheket por una ruta un poco más larga, pero más tranquila para la conducción. Paramos en un pozo en el que se encuentran dos burros. Al observar nuestra llegada uno de ellos se pone junto al bebedero esperando que le saquemos algo de agua. Descendemos uno de los dos recipientes hasta el fondo. Increíble la profundidad, al menos 50 metros. Intentamos subir el recipiente lleno, pero es inútil. Utilizamos el coche para atar la cuerda y poder de ese modo calmar la sed de los animales.

Después, nos damos cuenta de que el fuelle del palier de nuestro coche ha desaparecido. Perdemos grasa y tenemos el riesgo de tener una avería que nos inmovilice en este lugar. Levantamos el Toyota y Jesús hace un apaño de emergencia con bolsas de plástico de basura y abrazaderas. Tenemos que llegar a Tamcheket como sea y atravesar los cordones de dunas que nos separan.

No podemos hacer el cambio de fuelle en ninguno de los talleres de la ciudad. Reparamos una de las ruedas y decidimos seguir por el mejor camino hasta Kiffa, aunque tendremos que acampar en pocos kilómetros ya que es casi de noche.

El calor es aplastante. El aire no se mueve y en el horizonte el cielo muestra destellos eléctricos que no presagian nada bueno. La calma puede ser el preludio de uno de los grandes espectáculos de la naturaleza en esta época del año. Después de cenar, y mientras disfruto del momento, observo que el magnífico cielo estrellado y la vía láctea van desapareciendo poco a poco. Desde mi cama plegable siento como el viento va haciendo, de un modo casi imperceptible, acto de presencia. De repente, el desierto se despierta haciendo que todos nos sintamos insignificantes. El aire es totalmente huracanado. Sujeto con fuerza uno de los mástiles de mi mosquitera y espero a que el monstruo pase haciendo el menor daño posible. Esta es una de las tormentas más violentas que he vivido. No puedo moverme, pero escucho como todos los enseres del campamento están volando por los aires. Los granos de arena son auténticos perdigones. Me tengo que tapar la cara y soportar los impactos en el resto del cuerpo. A continuación hace aparición la lluvia. Tengo frío y no puedo soportar más. Son las dos de la madrugada y hace una hora que empezó este calvario. Agarro mi colchoneta y almohada empapada como puedo. La mosquitera está llena de agujeros. Meto todo mojado en el coche y busco refugio en mi asiento. Sin embargo, el agua y el polvo se cuelan por todos lados. Sobre las cinco, viendo que no llueve, decido volver a montar la cama en la parte trasera del coche para protegerme del viento. A esperar que amanezca.

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