30 junio 2022. Amanecemos en una llanura a 480 metros de altitud. El sol va haciendo su aparición de un modo tímido, como si tuviese miedo de calentar en exceso a todo ser viviente sobre esta superficie desértica. Un pastor se aproxima a nuestro campamento conduciendo su ganado hacia una zona próxima a las dunas. Los dromedarios y las ovejas aprovechan para pastar con los escasos brotes de una pequeña hierba surgida en las últimas lluvias. Con el lenguaje universal de la mímica entablamos una conversación en la que cada uno entiende lo que le parece. El agua caída es insuficiente para alimentar a unos animales con signos de desnutrición, sobre todo los dromedarios.
Seguimos avanzando hacia el paso de Nega. En muchos puntos no existen trazas de otros vehículos y tenemos que seguir un rumbo ayudado con el GPS y la cartografía de papel, la única que nunca falla. Encontramos algunas tiendas de nómadas en las que entregamos las botellas de agua vacía y que no hemos tirado en los “puntos de basura” de las ciudades sabiendo lo práctico que pueden ser los envases en lugares apartados como en el que nos encontramos. Por mucho que haya visto a estos personajes, nunca me deja de sorprender la visión de estos hombres del desierto. Gente altiva, pero hospitalaria. Curtidos por un entorno bello pero despiadado en el que sólo sobreviven los más fuertes. Sólo hay que observar sus manos, e incluso sus miradas de las que parece desprenderse toda la sabiduría del desierto. Me siento insignificante al lado de ellos.
Prefiero no volver a quejarme del calor, y sobre todo de la falta de aire acondicionado. Hay que bajarse del pedestal en el que sin darnos cuenta nos hemos subido. Está claro que el 4×4 es un medio de transporte que nos lleva a lugares lejanos en los que la falta de tiempo hace que no podamos viajar como ellos. Pero no debe de convertirse en una burbuja que te separe del mundo que te rodea.
Hemos alcanzado el punto de inicio y descenso del paso de Nega. Un lugar mítico en la época en la que el rally Paris Dakar discurría por Mauritania. La diferencia es que nosotros atacamos el paso de bajada y ellos lo hacían de subida.
Tenemos que descender aún más las presiones de los neumáticos para superar alguna pendiente. La temperatura es elevada, condición nada buena para circular sobre la arena ya que ésta se vuelve más blanda. En cualquier caso, el paisaje es espectacular. Formaciones de roca y arena de varias tonalidades sobre las que vamos surcando evitando los árboles.
Al final del descenso, seguimos nuestro rumbo por un valle encantado. Y digo eso porque las imágenes que van apareciendo nos transportan a un mundo de ensoñación. La arena, cubierta con una fina capa de hierba verde, que aprovechan rebaños de ovejas y cabras, realzan aún más la belleza del lugar. Un pozo, auténtico “meeting point” del desierto, aparece en nuestro camino. En él, confluyen caravanas y rebaños de dromedarios guardando el turno para saciar su sed. Los camelleros nos miran guardando las distancias sin favorecer un acercamiento como sí ocurriría en Marruecos. Sin embargo, respetan nuestra invasión en su mundo.
Los árboles, a diferencia de los que hemos encontrado hasta ahora, son como duendes gigantes que te acogen bajo sus fantásticas ramificaciones. Sacamos nuestras sillas, nos sentamos y disfrutamos del momento. No hay ninguna conversación entre nosotros. Somos nosotros la que la tenemos con el desierto. Hay que aprovechar esos momentos de paz. Nos damos cuenta de lo afortunados que somos por estar aquí.
A partir de Boumdeid nos espera pura navegación. Para llegar hasta Tamcheket, la gente sólo utiliza la carretera asfaltada que pasa por Kiffa. La salida de la ciudad es un puro laberinto de trazas de animales y carromatos. Gracias a un Mercedes 190 que nos guía por la arena hasta las rodadas buenas, conseguimos encontrar el buen rumbo. Cuando ves cómo estos vehículos, muy antiguos y sin doble tracción, avanzan sobre este terreno, te da casi vergüenza llegar a quedarte atascado en lugares sobre los que ellos pasan como flotando.
Atardece y hoy sí queremos acampar con tiempo suficiente para disfrutar de la puesta de sol. He metido coordenadas de pozos para seguir el rumbo deseado. Eso mismo hice cerca de 20 años atrás viajando en solitario y sin copiloto con mi Land Rover Discovery, pero en sentido inverso. Una locura que guardo con buen recuerdo ya que me salió bien. En aquel momento calculé la distancia que había entre pozo y pozo en caso de que tuviese que seguir caminando, lógicamente por la noche ya que era un mes de agosto.
En el primer pozo, unos nómadas que están sacando agua para sus animales, me dicen que hay dos rutas posibles para llegar a Tamcheket. Una por las dunas, desaconsejada, incluso para ellos y otra hacia el sureste. Enfilamos rumbo a la segunda opción sacando las coordenadas de algunos pozos. En uno de ellos encontramos a una familia instalada en medio de una pradera junto a las dunas. Después de montar nuestro campamento nos acercamos a su tienda para tomar uno de esos tés del desierto. En realidad es una especie de néctar de té. Tres pequeños sorbitos que han requerido de casi 20 minutos de preparación.
Mientras disfrutamos, ya de noche, de la hospitalidad de esta familia, aparece un coche en la lejanía. Pasa sin parar frente al lugar en el que estamos y se dirige hacia nuestro vehículo que se encuentra a unos 500 metros de la jaima nómada en la que estamos. Nos asusta la situación, pero la familia nos tranquiliza y me hace entender que avise con las luces de nuestra linterna para que sepan dónde estamos. Cuando llega el coche nos encontramos con un 4×4 de la gendarmería. Nos estaban buscando a más de 20 kilómetros de Boumdeid. No nos habíamos personado en la brigada para dar nuestra ficha de pasaporte, ni para informar de nuestra presencia. Aunque parezca mentira, estamos totalmente controlados durante todo nuestro itinerario. Lo que parece un “coñazo” tener que estar parando continuamente en controles para dar nuestra ficha de documentación e informar de nuestro siguiente destino, es todo lo contrario. En cada uno de ellos avisan al siguiente punto de nuestra llegada y, si eso no ocurre, inician la búsqueda. Después de este percance me encuentro aún más seguro en este país. Lo que siempre quedará como un misterio sin resolver es saber cómo nos ha encontrado por la noche.
Los solífugos (el que no sepa lo que es que lo mire en Google) aparecen por doquier. Aunque sé que no pican, su presencia es inquietante. Son una mezcla entre araña gigante y escorpión. Se mueven a gran velocidad y llegan atraídos por la luz. Jesús ya está durmiendo en su tienda de techo. No ha cenado y ha preferido irse a dormir. Algún día subiré a su tienda a ver dónde guarda su ración de suero fisiológico. Ahora me toca abrir un bote de judías. Después, una ducha y a dormir, no sin antes disfrutar de la fantástica bóveda celeste que aparece sobre mi tienda mosquitera.