Iluminación y sombra; color y blanco y negro; pero siempre la luz. Ella es como la pura existencia. Luz y agua, fuente de vida e inspiración para nuestros ojos y nuestras vidas.
La luz modela y convierte en realidad todo lo que nos rodea. Crea formas y volúmenes que se presentan ante nuestros sentidos de una manera tangible y en ciertos momentos misteriosa. Y ante esa escenificación lumínica, lo único que podemos hacer es manejar la luz acorde a los cánones que marque nuestra sensibilidad. Una sensibilidad que cada individuo posee como artista y que difiere en cada uno de nosotros. La luz se deja interpretar para que cada cual la represente a su antojo.
Un pintor crea desde cero y plasma la luz en sus lienzos de una manera casi visionaria. El fotógrafo, sin embargo, parte de algo que se le presenta ante su retina. Puede, o no, que esa luz convierta los objetos y volúmenes en algo hermoso, misterioso o tenebroso. Pero parte de una realidad en la que el tiempo y el momento adquieren una vital importancia para que la escenificación se transforme en pocos minutos. Son momentos que se “atrapan” o pueden perderse para siempre. Como decía Leonardo Da Vinci: “Mirad la luz y admirad su perfección. Cerrad los ojos y observad. Lo que habéis visto ya no existe; lo que veréis, no existe todavía”.
La luz parece alimentar los colores de los objetos a los que abraza. Un abrazo de energía que exprime la policroma carga de belleza de todos los elementos presentes en el mundo que nos rodea.
Durante los últimos años he convivido frente al Kissane, la montaña de Agdz (Marruecos) que en tantas ocasiones se ha brindado a ser mi musa pétrea. Una naturaleza muerta que parece revivir con las caricias diarias de una luz que viste a su antojo a mi gigante de piedra. Una muestra de que para el rey sol no hay naturaleza muerta o viva. Con su luz, que todo lo baña, no hay distinciones, porque a través de ella todo parece cobrar vida.
¿Blanco y negro o color? La eterna duda de muchos fotógrafos a la hora de representar las escenas de nuestro mundo. La imagen en color es más física, más real, pero pueden distraer la atención sobre el sujeto. Sin embargo, con el blanco y negro (bn) ejercitamos nuestra imaginación, es más intelectual. La falta de color se compensa con nuestra capacidad de descifrar lo que tras el blanco y negro se oculta. En este caso, la composición se puede leer de un modo más directo al permitir que la estructura espacial sea más protagonista del contexto global.
Con la nueva era digital, esa dualidad es casi inexistente. Uno ya no se cuestiona, como antaño, si cargar a la cámara un carrete de blanco y negro o de color. De alguna manera, se ha perdido parte de la emoción de las primeras décadas de la fotografía.
En mi caso, es la primera visión la que me condiciona. Desde el primer momento sé que la imagen la quiero guardar en color, o si por el contrario la voy a editar en blanco y negro. Disfruto de la magia del bn, pero debo reconocer que el color me hace vibrar y sentirme más cerca de la realidad, de los momentos vividos.
Las diferentes intensidades de la luz incidiendo sobre los objetos, despiertan sentimientos que pueden variar en cuestión de minutos. Podemos pasar de una atmósfera sedante, sosegada y misteriosa, en la que los colores parecen fundirse, a otra más dramática y cargada de energía, en la que los colores parecen dispuestos a rivalizar en intensidad.
En muchas ocasiones, la naturaleza alardea de sus dotes pictóricas. Nos muestra como es capaz de contrastar simultáneamente los colores puros y complementarios, mediante acertados y precisos toques de pincel para dar por terminada su obra puntillista. Una manera de recordar a maestros como Monet o Sevrat que existe alguien superior a ellos. En otros momentos, emplea una luz difusa envolviendo la atmósfera con un manto de niebla que convierte todo en indescifrable. Puede que Caspar David Friendrich se inspirara en esas luces para su creación artística.
Pero incluso para aquellos ajenos al arte de la pintura o la fotografía, el color representa un arma para dignificar sus vidas. Algunas culturas lo utilizan para compensar el invariable mundo cromático en el que se mueven. Para las tribus amazónicas, acostumbradas a un universo verde, decorar sus retinas con imágenes cargadas de rojo, representa un alivio anímico y espiritual.
Para otros pueblos, el color es una terapia que ayuda a descargar penurias y sufrimientos, una especie de vínculo cromático con el más allá. Una manera de poder dar rienda suelta a las alegrías y de invocar la aparición de momentos mejores.
En cualquier caso, nosotros, como espectadores fotográficos de un mundo de luz, nos dejaremos llevar por lo que vaya aconteciendo en cada acto de este teatro que representa la vida. Nuestro dedo índice actuará sobre el disparador como la batuta de un director de orquesta ante las notas musicales. Y ahora, silencio, dejémonos sorprender por la siguiente función, la luz y los colores vuelven a salir a escena.