Amanecemos en el tren. Aprovecho para dejarme llevar por los estrechos pasillos de los vagones. Algunos pasajeros dormidos por la fatiga del viaje, otros por los efectos de los litros de cerveza bebidos entre estación y estación.
Resulta difícil fotografiar sin ser observado. No sé muy bien cuál sería la reacción de los pasajeros si un blanco se dedica a retratarles tirados por los asientos, orinando junto a las puertas de los vagones o cargando enormes fardos en inesperadas paradas del tren en medio de ninguna parte.
La luz es magnífica, intensa. Me recuerda mucho a la luz invernal de Ouarzazate en Marruecos. El tren comienza a despertar aunque nadie sabe decirme en qué momento llegaremos a Bulawayo.
La gente no para de saludarnos. Nos dicen que nos preparemos porque ya estamos llegando a la ciudad. La entrada es lenta, nada diferente al ritmo que nos ha impuesto el tren durante las casi 16 horas de recorrido empleados en realizar los 450 kilómetros que nos separan de Victoria Falls.
La estación es pequeña para ser la segunda del país después de Harare. Como ya es habitual, somos abordados por diferentes conductores de taxi ofreciendo sus servicios. Y, como también es habitual, tenemos que negociar sin saber muy bien sobre qué negociar. Sabemos que el tren que nos puede conducir a Francistown en Botswana no saldrá hasta dentro de dos días, un tiempo que no podemos perder. Preguntamos por la estación de autobuses, una estación que no existe, ya que dependiendo del destino salen de un punto u otro de la ciudad. Nos piden 6 dólares, les decimos que 3. Al final se quedan en 5.
El taxi inicia un recorrido que nos saca de la ciudad y nos para en medio de la carretera que conduce a la frontera. Nuestro conductor no quiere dejarnos solos hasta ver que estamos sentados en el autobús de Botswana.
Pasan los minutos y lo único que se para en este punto son pequeñas furgonetas atiborradas de gente que nos proponen subir. Dónde? Deben pensar que somos capaces de reducirnos al igual que ellos. Una extraña ley de la física que posibilita que dos volúmenes de 2 metros cuadrados puedan acoplarse en un espacio de medio metro cuadrado. Imposible, no hemos alcanzado todavía ese control espacial.
Ha pasado una hora y seguimos en medio de la carretera bajo un sol implacable que nos está derritiendo. Aquí también podemos observar otro extraño e inexplicable fenómeno celestial. El cielo está cubierto casi por completo con algodonosas nubes, pero sólo en el lugar en el que nos encontramos impacta el único rayo de sol del firmamento.
Nuestro conductor y ya amigo, decide que es mejor regresar a la ciudad y buscar la parada del autocar procedente de Harare, la capital. Al llegar y después de hacer un verdadero city tour, encontramos la parada del bus. Sacamos los billetes y esperamos. Un autocar, otro, y otro… pero ninguno es el nuestro y ya hemos pagado los 20 dólares por el billete. De repente el vendedor de los tickets se acerca para que cojamos nuestro equipaje y nos preparemos ya que nuestro autobús está muy cerca.
Es imposible que podamos viajar así. Efectivamente es un autobús grande, pero con el doble de gente de su capacidad. No podemos seguir aquí dentro. Es imposible, no podemos movernos ni un metro. Jorge, por primera vez, rompe su flemática tranquilidad y mete varios bocinazos pidiendo que el vehículo se pare. Queremos bajar. Normal después de decir al conductor que nos queremos sentar y escuchar su contestación: sí, pero en las escalerillas de la puerta del centro del autobús.
Al final nos paran, sí, pero a las afueras de la ciudad, en el mismo sitio que hicimos guardia hace un par de horas. Vuelta a empezar. Preguntamos a un coche normal si nos puede llevar hasta la frontera, nos dice que sí, que son 5 dólares por persona. Aceptamos y por fin nos vamos.
El cruce de frontera es un puro y rápido trámite. Qué diferencia con las fronteras del norte de África. Desde allí, una furgoneta de pasajeros no lleva hasta nuestro hotel en el centro de Francistown.
Llegamos verdaderamente cansados a una ciudad que en nada se parece a las que hemos visto. Me recuerda más a unos de los pueblos del sur de Inglaterra que a una ciudad de africana. Ordenada, limpia, muy europea y llena de centros comerciales en los que puedes encontrar de todo. Ahora toca descansar y pensar en el mañana.