Los trenes se resisten a salir y nosotros a permanecer sentados en Dar Es Salam. Es domingo y la ciudad está muerta. La huelga de ferrocarriles de la compañía que hace el servicio a Zambia no se ha desbloqueado desde hace más de una semana. Los trabajadores llevan tres meses sin cobrar el salario. Sólo los chinos que trabajan en la compañía están recibiendo su sueldo.

Los andenes están desiertos, los bancos tan difíciles de encontrar para reponer las fuerzas antes y después de los viajes, se encuentran ocupados por almas solitarias que anhelan que la vida vuelva a fluir.

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Nos encontramos en el centro de la ciudad, en el “down town” o parte antigua, en las cercanías del viejo puerto en el que tantas historias y aventuras se han vivido. Cada vez quedan menos edificios que recuerden las épocas doradas. Modernos rascacielos compiten con la bella arquitectura tradicional y colonial que se va desmoronando por el paso del tiempo y la falta de interés en su conservación y restauración.
Mañana iniciaremos una ruta de 200 kilómetros pegados a las vías del ferrocarril. En cualquier caso, la vida que rodea el mundo del tren siempre estará allí.

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