Sentado en el mercado. Marruecos

 

Cabalgando hacia el mercado. Marruecos

El sonido de las cabalgaduras me saca del sueño en el que me hallaba sumido bajo la tienda después de una larga noche de tormenta y frío. Desciendo la cremallera, y descubro una línea de animales y personas que se pierde en el horizonte tras la polvareda y las luces naranjas del amanecer. Han iniciado su andadura después de la oración matinal mientras despuntaban las primeras luces. Durante horas, han caminado para llegar al mercado de la pequeña aldea en la que me encuentro. Las mulas vienen cargadas de mercancías dispuestas en un equilibrio que roza lo imposible. Hay que aprovechar cada centímetro para transportar productos que serán vendidos o trocados por otros de los que no disponen en sus lugares de procedencia.

Grupo en mercado. Marruecos

Personajes con rasgos bíblicos se mezclan en un hervidero humano adornado con un caleidoscopio de turbantes, sombreros de paja o gorras de lana. Sus capas marrones se mimetizan con los animales con los que se funden en un intento de recibir algo de calor. Es el momento de mirar las dentaduras y tocar el pelaje de los que serán sus futuras compañías en el día a día. Con ellos, atravesarán cadenas de montañas, surcarán por valles y pedregales o permanecerán encerrados en un pequeño espacio para trabajar o cargar como si fueran máquinas.

Carnicero. Marruecos

Los rostros descubren miradas limpias y puras, llenas de ternura. Escenas que poco han cambiado con el paso de los años. En algunos rincones de Marruecos el tiempo parece haberse detenido, mientras a poca distancia, la globalización ejerce un cambio imparable al resto de la sociedad. Cada uno, a su manera, forma parte de una especie de teatro gigante, un teatro del mundo en el que todos son actores y espectadores, vendedores y compradores, una ceremonia humana que ha pervivido durante siglos.

Mercado Agdz. Marruecos

Un muestrario de colores adorna el decorado caótico en el que me encuentro. Objetos y colores que parecen fusionarse consiguiendo un equilibrio de proporciones en formas, volúmenes, luces y sombras. Todo ha sido colocado de una manera aleatoria y sin ninguna predeterminación. Sin embargo, el ojo queda atrapado ante la realidad y la abstracción de un escenario del que es difícil escapar. En algunos momentos siento que el capturar los pequeños e insignificantes detalles que me rodean, se está convirtiendo en una auténtica obsesión.

Ouled Amar. Marruecos

Los mercados del desierto, al sur del valle del Draa, se caracterizan por la vestimenta negra de las mujeres. Son los Haratines, denominación que no es bien acogida por esta población, ya que son los descendientes de los esclavos traídos por los mercaderes, árabes o bereberes, en la época de las caravanas. Prefieren que se les llame Draoui, pobladores del Draa. Compran las telas negras por metros y luego cada mujer borda a su gusto en el interior de las casas. Los símbolos redondos representan el sol y la luna, mientras que los lineales representan el río Draa, la fuente de vida de la región.

Paraguas en mercado. Marruecos

Bazar, souk, mercado… un lugar cubierto o cerrado, rodeado por un muro y con una puerta de acceso, al que se lleva la mercancía para comprar y vender. Espacios que cobran vida uno o dos días a la semana. Camiones, furgonetas y vehículos destartalados, van llegando al amanecer o han pasado la noche a la espera de montar los tenderetes fabricados con sacos cosidos, lonas o antiguas pancartas publicitarias de plástico.

Camión y calabazas. Marruecos

El terreno sobre el que asienta el souk ya está distribuido por locatarios que pagan un canon a la administración del pueblo. Las zonas se dividen en función de los productos a la venta. Aquí los camiones llenos de frutas y verduras de infinitos colores, más adelante los carniceros, pescaderos, alfareros, carpinteros, herreros, vendedores de baratijas… Puede que los productos hayan cambiado, pero no la forma en la que se comercia con ellos desde la época dorada de las caravanas.

Familia en la compra. Marruecos

Cuando no se dispone de muchos animales, los niños acompañan a los mayores en las largas caminatas que llevan hasta el mercado. Por un lado, aprenden el arte del regateo y la selección de los productos, y además, ayudan en las pesadas tareas de cargar con las bolsas. Las balanzas tradicionales van dando paso a las electrónicas que en repetidas ocasiones se estropean o se quedan sin baterías. Por suerte, aún los hay que reniegan a abandonar los utensilios que jamás han fallado y que siempre los han acompañado.

Sombras en mercado. Marruecos

En casi todos los mercados los hombres se encargan de hacer la compra. Sin embargo, las mujeres siempre están dispuestas a salir de su rutina para pasear por las extensas explanadas cargadas de cientos de objetos de deseo. Aparecen engalanadas con las vestimentas tradicionales de la región, lo que permite, por el momento, diferenciar el grupo tribal al que pertenecen. Eso ya no existe en los mercados de las ciudades, invadidos por trajes llegados de Europa.

Souk el Had. Marruecos

Probablemente, el mercado rural sea lo que menos ha cambiado con el paso de los años. Sumergirse en la algarabía de hombres, animales, carromatos, tenderetes y mercancías supone viajar a épocas pasadas. Todos parecen marcados por el mismo ritmo y dinámica, aunque se encuentren separados a miles de kilómetros de distancia. Da igual que sea un mercado situado en la antigua Ruta de la seda en Asia Central, como en la Ruta caravanera que discurría por el valle del Draa procedente del África subsahariana. Todos están marcados por el mismo patrón, por una energía universal que ha mantenido las tradiciones seculares a lo largo de todo el planeta.

Discutiendo precio. Marruecos

Ancianos hablando. Marruecos

No hay prisa, cualquier negociación lleva su tiempo. Sin embargo, no todo es comprar y vender. Los mercados son también lugares en los que ponerse al día de los chismorreos y cotilleos, lugares en los que hacer política e incluso espionaje a niveles locales. Un mundo de intrigas ocultas por el estruendo de altavoces, rebuznos y griterío. Un espacio en el que poder informar y ser informado sin llamar la atención.

Negociando con un té. Marruecos

Y lo que no falta en ningún mercado es el espacio para tomar un té. Un vaso de este preciado tesoro supone algo más que un momento de descanso. En estos rincones en los que la luz se filtra creando un ambiente más íntimo, se cierran acuerdos mediante charlas placenteras e interminables. Es aquí donde me siento más espectador y menos visible. Arropado en un rincón por las sombras y un vaso de té, disfruto y analizo a todo el que se me pone a tiro. Intento imaginar lo que hablan y lo que sienten, incluso lo que están pensando los solitarios que aterrizan en estas sillas espartanas observando las formas del humo que escapa de sus bocas.

Miradas bajo la sombrilla. Marruecos

Los mercados han sobrevivido a guerras, diferentes gobiernos, colonizaciones, sequías, cambios de las rutas caravaneras, saqueos… Pero, serán capaces de soportar la presión del nuevo ritmo comercial impuesto por las empresas y marcas que controlan lo que comemos, vestimos o utilizamos en nuestra vida diaria? Las miradas de asombro de los mercaderes tradicionales ante mi presencia, ¿será debido al temor de que conmigo venga el tipo de consumismo que les haría perder un estilo de vida que se ha preservado a lo largo de siglos?

El muro de las cabras. Marruecos

 

 

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