Nunca se me olvidará cuando a la edad de 4 años vivía mis primeras aventuras empujando un pequeño Land Rover de juguete por el pasillo de mi casa. Nunca averigüé el por qué de esos juegos en destinos imaginarios. Quería ser arqueólogo y deseaba explorar tierras desconocidas. De todos aquellos sueños algo perduró en el tiempo. No terminé siendo arqueólogo, pero la necesidad de explorar, lejos de quedar en fantasías de juventud, terminó por convertirse en el hilo conductor de mi vida. Las historias de Théodore Monod , Conrad Killian, Henry Barth, Charles de Foucauld, René Caillié y tantos otros, no hacian más que alimentar mis sueños y curiosidad. Sin embargo, no podía tener un dromedario con el que surcar los espacios infinitos en busca de mis personajes y ciudades legendarias. A lo máximo que podía llegar era a poder desplazarme sobre un vehículo todo terreno, al igual que hacía en el pasillo de mi casa.
Fascinado por la atracción del Sáhara, no pude esperar más, por lo que a los 18 años ya recorría el desierto de Marruecos con mi Vespa 150. Ese «camello» terminó siendo pequeño para mis aspiraciones, así que, en cuanto pude, me compré mi primer Land Rover con el que me lancé a los 21 años a realizar mi primera travesía del gran desierto, del grandioso Sáhara. Desde entonces han sido muchos los viajes a través de todos los países del norte de África a excepción de Sudán. Casi siempre he viajado en solitario, lo que me ha permitido vivir mucho más intensamente cada minuto de mis travesías. Sin embargo, en esta ocasión, Jesús y su 4×4 han sido mis nuevos compañeros en esta ruta de las caravanas por el interior del desierto de Mauritania. La verdad es que no es sencillo encontrar o ser el acompañante de otra persona en viajes de estas características. En condiciones de dureza, los pequeños problemas pueden convertirse en tragedias dependiendo del espíritu con el que uno se enfrente a ellos.
En muchas ocasiones, los lugareños se presentan como meros observadores de lo que nos acontece. Qué pensarán de nuestra presencia en estos territorios marcados por el único paso de nómadas y pastores? Por qué pudiendo estar en lugares para ellos más afables, hemos decidido venir a sus arenas a pasar calamidades? Realmente somos un espectáculo para ellos. Les hemos sacado de la monotonía del día a día. Supongo que es una manera de mostrar ante nosotros su superioridad en el control de un medio que, por mucho que creamos conocer, nunca llegaremos a controlar. Al menos, no al nivel de esta gente.
La dureza del desierto se hace más palpable cuando se viaja con un solo vehículo. Nuestro recorrido no ha estado exento de momentos de dureza y tensión. La jornada de hoy es un buen ejemplo. Tras la belleza de los mares de dunas se esconden verdaderas trampas capaces de engullirnos como si de arenas movedizas se tratara. Una mala decisión de por dónde pasar, un ligero despiste por culpa del cansancio o una falta de apreciación de los relieves a causa de la luz cenital, pueden llevar a situaciones que requieren templanza, técnica e incluso buen humor, para evitar tener que tirar la toalla.
Por fortuna, el vehículo ha quedado atrapado cerca de una aldea del desierto. Durante cinco horas y con la ayuda del cabrestante, el ancla de arena y por supuesto, de los lugareños, hemos conseguido superar una situación que en otras circunstancias podía haber tenido graves consecuencias. Es la ley del desierto y cuando uno se atreve a entrar en su territorio tiene que ser consciente del precio que hay que pagar por no ir bien preparado desde un punto de vista técnico, físico o psicológico. Aquí es muy sencillo sentirse minúsculo ante tanta grandeza. La pasión es un gran motor que nos impulsa a seguir adelante, a explorar todo aquello que nos rodea, a minimizar nuestro sufrimiento. Todos los extranjeros que durante siglos han sucumbido al hechizo del Sáhara, llegaron con propósitos muy diferentes: religiosos, geográficos, geológicos, militares… Yo, también me siento una especie de colonizador, pero sólo busco cargarme de imágenes y sensaciones.