Hace muchos años leí un proverbio árabe que decía: «El desierto es el jardín de Alá, del que el señor de los creyentes eliminó toda vida humana y animal superflua para que hubiese un lugar donde pudiese pasear en paz». Desde luego no se confundió en la elección. Cuando uno viaja como lo hacemos nosotros, sin prisa, sin rumbo fijo, y con el espíritu abierto a recibir todo lo que nos ofrece el mundo que en este momento nos rodea, es cuando entiendes el verdadero significado del proverbio. Algo de sobrenatural debe existir en este jardín para que, en medio de esta aridez absoluta, esos humanos y animales que no fueron eliminados, aparezcan como si viviesen en medio de un vergel. Visiones como la de los burros de la fotografía no tienen una explicación lógica a primera vista. Por más que miramos, no entendemos de qué se pueden alimentar o incluso qué es lo que come uno de los animales que aparece en la imágen. No existe ni una brizna de hierba, ni un triste arbusto… Sin embargo, viven y parecen pasear en paz.
Los que habitan en este universo de arena son auténticos expertos en supervivencia. Pocos movimientos rompen con la árida monotonía. Sin embargo, si uno se toma el tiempo de observar y estudiar las adaptaciones que tanto insectos como animales más grandes como las gacelas e incluso los burros salvajes, han desarrollado a lo largo de los siglos, es cuando más te sorprendes de lo que ves. Jesús también parece sentirse en paz y estar integrado con lo que nos rodea. Nos negamos a pasar tantas horas encerrados en el vehículo, por lo que siempre que podemos hacemos nuestra meditación y contemplación personal. Llevamos varias jornadas sin percibir poblaciones estables. Sólo el encuentro de algunos nómadas en sus jaimas nos recuerda que no estamos totalmente solos.
Poco a poco nos adentramos en la región del Adrar. Las grandes llanuras de arena han ido dando paso a un mundo errático de piedras negras que contrasta con la belleza de formas y colores que hemos recorrido hasta el momento. Los caminos ya son evidentes, por lo que seguir las huellas de otros vehículos confieren momentos de relax después de tantas horas de tensión intentando no perder el buen rumbo dictado por el GPS. Aunque realmente es la intuición y algo de experiencia, los factores que más ayudan a alcanzar los objetivos previstos. De profundos valles ascendemos por empinadas cuestas hasta elevadas mesetas en las que ya vamos encontrando las típicas aldeas del Adrar.
Mauritania se ha creado gracias a estructuras y bases tribales, e incluso hoy, a pesar de la aparición de un estado central, este sistema se ha perpetuado a lo largo del tiempo. Mientras los Tubus del Chad y los Tuaregs de Argelia, Níger y Mali, han conservado su identidad étnica, las tribus bereberes del oeste del Sáhara, conocidas como Mauras, han soportado todo el peso de la islamización iniciada en el siglo XV. Los Mauras son una mezcla entre árabes y bereberes con algún aporte de sangre de pueblos de color. Desde hace siglos, la población se extiende desde el valle del Draa, lugar en el yo resido habitualmente, hasta los márgenes del río Senegal. Tienen una estructura social complicada basada en una jerarquía de castas, algo parecido a lo que sucede en la India: guerreros y religiosos, nobles, vasallos, siervos, artesanos, músicos y contadores de historias.
Las tribus de clases altas suelen dedicarse al pastoreo, por lo que llevan una vida de semi nómadas y una alimentación, como hemos podido comprobar en nuestros momentos de té bajo las jaimas, basada en el mijo, los dátiles y la leche. Por el contrario, las clases más bajas suelen pertenecer a poblaciones negroides que han terminado por asentarse en pequeñas aldeas cerca de los oasis y cerca de los puntos de agua. Raramente sacrifican animales y se come carne sólo en ocasiones especiales. La mujer maura ha heredado más de la influencia de los bereberes que de la de los árabes, y goza de una libertad inusual en el mundo musulmán, sin que sea por ello mal visto. Y un hecho curioso es que su patrón de belleza reside en la obesidad, una manera de diferenciarse de la malnutrición de la mayoría de las mujeres nómadas.
Para mí, Moktar es una especie de hombre sabio. Después de permanecer frente a él durante casi una hora, sus gestos, mirada y forma de expresarse, me han transmitido parte de un legado marcado por el Sáhara durante décadas. Es una radiografía del desierto. A través de sus ojos puedo imaginar largas marchas bajo las implacables tormentas de arena, una búsqueda de tierras fértiles para sus rebaños, una lucha por la supervivencia personal y la de su familia, y una lucha en la que sólo los más fuertes pueden seguir adelante. Pero quizá, lo más importante para mí es verme a través de sus ojos, y poder sentir esa seguridad transmitida por Moktar, mi hombre sabio.
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Fascinante reportaje. Me he pasado media vida viajando por Marruecos. Hace un año que estoy en diálisis ahora solo puedo viajar a través de tus reportaje. Muchísimas gracia por hacerme soñar. Un abrazo.
Hola Antonio. Espero que mis reportajes puedan conseguir que sigas viajando. Gracias por tu comentario.
No estoy soñando,sin embargo leyendo tu relato vivido, parece que estoy ALLÍ! A lo mejor ……esque desearía estar!
He tenido la oportunidad de estar varias veces en Marruecos, pero siempre me he quedado a las puertas del desierto conviviendo con bereberes, durmiendo al lado de sus jaimas, rodeada de niños atraídos por el color de las piraguas que llevábamos. Es asombroso este país y su gente tan cercana. Gracias por recordarme con tus relatos esos días y soñar de nuevo con ir.