El mercado es el punto de encuentro, el lugar en el que uno puede recibir las últimas noticias o abastecerse de productos para los meses venideros. Aunque casi todos los bereberes de las montañas presumen de ser autosuficientes, en realidad precisan de bienes que sólo pueden encontrar en los mercados como por ejemplo algunas medicinas.
Las mujeres bereberes, a diferencia de en otras zonas de Marruecos, gozan de una libertad inusual en el mundo musulmán, sobre todo cuando se trata de relacionarse con el sexo opuesto. Por ese motivo, Imilchil ha sido durante décadas el escenario de multitudinarios encuentros entre hombres y mujeres que terminaban sellando su relación mediante la celebración de bodas comunales.
Durante los días de mercado, el visitante vive sumergido en una auténtica vorágine de mercaderes y mercancías. Todo se compra y todo se vende bajo los cientos de tiendas multicolores. Los puestos se distribuyen por zonas. Carnicerías, fruterías, quincallerías, joyerías, plásticos, ropa, calzado, especias… Es una especie de caos organizado que suministra productos a la mayoría de la población del Atlas Central.
Por ahora, los mercados tradicionales, aquellos alejados de los grandes núcleos urbanos, siguen protegidos de la amenaza de los centros comerciales. Además, en ellos no sólo se compra o se vende. Es un lugar importante de relaciones sociales. Allí se concilian antiguas disputas y se cierran vínculos afectivos entre familias.
La aparición de nuevos productos llegados de las zonas más modernas del país, supone en muchos casos una desruralización que aleja a los consumidores del campo de sus raíces culturales. Cada vez se observa más una especie de impulso a la consumición superflua, a intentar vestir y llevar las mismas cosas que ven en la televisión. El valor del tiempo empieza a cobrar otra dimensión. Esos momentos de negociación a ritmo lento y pausado parecen ya cosas de los mayores.
Después de tres días, es hora de recoger y salir hacia otro destino, hacia otro mercado o souk, como se dice en marroquí. Los mercaderes ambulantes son otra especie de nómadas motorizados. Antiguas furgonetas Mercedes o irrompibles camiones Bedford, vuelven a cargar la mercancía y se disponen a recorrer más kilómetros surcando montañas, palmerales o desiertos. Las mulas que no han sido vendidas vuelven a ser introducidas en las furgonetas. He llegado a contar hasta seis que se han metido a calzador contra la voluntad de los pobres animales. Sólo espero que el trayecto sea corto. Cuando veo estas cosas pienso en la suerte que tiene Congo, mi burro, y Cojita, otra burra que rescaté de una muerte segura hace un par de meses y que ahora viven felices en Hara Oasis. Aunque no siempre los cuentos tienen un final feliz.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.
Que maravilla Juan. Fotos que transportan y recuerdan vibrantes momentos. Gracias.