CAMINO DE IMILCHIL

Las pequeñas caravanas de nómadas van surcando las majestuosas montañas de la cordillera del Alto Atlas. Desde la lejanía parecen personajes diminutos, casi insignificantes en medio de tanta grandeza. Uno no se cansa de observar las formas con las que la naturaleza decora nuestro entorno, un medio bello, pero al mismo tiempo hostil. Una tierra poblada por diferentes tribus de nómadas bereberes, algunos de los cuales se disponen a recorrer grandes distancias para encontrarse en el Moussem de Imilchil.

Emplearán varios días para recorrer grandes distancias. En su periplo atravesarán pueblos que parecen anclados en el tiempo. Arquitectura que habla de una época de esplendor. Kasbas que se erigen como símbolos de un pasado glorioso y que pocos parecen querer recordar. Testimonio de una civilización que supo hacer obras de arte utilizando elementos tan simples como la tierra y el barro.

Cae la tarde y hay que darse prisa en buscar un lugar adecuado para montar las tiendas o vivaquear. Se necesita un lugar cercano al agua, y si hay algo de pasto para los animales, mejor. La leña seca es importante para hacer el fuego con el que calentarse y cocinar. Pocas son las mujeres que acompañan estas caravanas. Son los hombres los que durante varios días sufrirán las duras condiciones impuestas por las largas jornadas de marcha.

Desde las alturas aparecen pueblos casi irreales. Armónicas composiciones de construcciones de barro y naturaleza. Colores que parecen sacados de la paleta de un pintor. El cuadro parece perfecto. Nada altera una visión amenazada por el cemento. Imágenes como ésta entran continuamente por las retinas de los caravaneros, aunque siempre me asalta la misma duda: contemplan esta belleza como algo que hay que preservar?

Siempre he admirado la arquitectura y la gente de Agoudal. Un pueblo que se resiste al cambio y en el que se puede observar el día a día de una de las poblaciones bereberes que mejor está manteniendo sus tradiciones. Desde aquí ya queda poca distancia para llegar al destino final de la ruta, una pequeña aldea a medio camino de Imilchil. Algunos nómadas montan su último campamento antes de llegar al mercado. Siempre están dispuestos a invitar al viajero a tomar el té o compartir algo de pan cocido directamente en las brasas. El albergue de Ibrahim, es un buen alto antes de sumergirse en  la vorágine del Moussem.

Desde lo alto de las colinas que rodean el terreno sobre el que se ha instalado el enorme mercado, van apareciendo las caravanas. Dromedarios, mulas, burros y ovejas se concentran en el mismo lugar. Durante un día, el jueves, se realizarán importantes transacciones de ganado. Hay que aprovechar ese momento para comprar o vender. Mientras tanto, los campamentos que se van montando componen un cuadro que me recuerda algunas de las escenas vividas en la Feria de Pushkar en India.

Desde las alturas, los caravaneros observan el escenario en el que tendrán que negociar para intentar rentabilizar las largas etapas de marcha. Sólo disponen de una jornada, ya que el viernes, día en el que oficialmente se inaugura el Moussem, ellos partirán para dejar que la fiesta, la música y el mercado, adquieran tintes festivos e incluso de amor. El origen de este encuentro, siempre conocido como la fiesta de las bodas, era para concentrar a decenas de parejas bereberes que se reunían para contraer matrimonio o para encontrar pareja. Esta tradición va desapareciendo dejando estos días como un encuentro entre ganaderos y un mercado en el que abastecerse  para los meses venideros.