Nos dirigimos rumbo sur a través de una sucesión de montañas y llanuras para intentar alcanzar la población de Kakuma, casi 200 kilómetros del punto en el que nos encontramos. Estamos contentos por haber conseguido, por el momento, salir indemne de la picadura de los escorpiones. La linterna que me aconsejó mi amigo Topo Pañeda, nos salvó de tener que estar ahora tratándonos con antihistamínicos. Las tiendas las habíamos montado en una zona preciosa. Pero no éramos los únicos habitantes en disfrutar del entorno. La luz ultravioleta de la linterna convertía por la noche a los escorpiones en monstruos fosforescentes que se veían a gran distancia, cosa que no ocurría con las linternas normales.
Estamos avanzando fuera de pista desde hace muchos kilómetros. Es como regresar a las antiguas expediciones africanas. No tenemos cartografía ni sistemas de navegación. Nos orientamos con un mapa normal y con las indicaciones que habíamos conseguido de Alex Campón, el misionero de Todoyang. Moses, nuestro guía Turkana va recabando información conforme pasamos de una pequeña aldea a otra. No sabemos si seremos capaces de continuar fuera de pista por esta sabana, poblada únicamente por nómadas en busca de pastos.
El cruce de los lechos secos de los ríos y el paso por continuas zonas de cárcavas ralentizan nuestro avance. En uno de los pozos montamos a una pareja de Turkanas para que nos saquen del laberinto en el que nos encontramos. Sin embargo, si ayer lo que me marcó fue la ausencia de agua, hoy es el hambre. La mayoría de las personas con las que nos encontramos nos hacen señas de sus estómagos vacíos. Como nos comentó uno de los misioneros, puede que lleven varios días sin comer. No tienen que echarse a la boca y por aquí no pasan las ayudas internacionales que son las que alimentan a la mayoría de la población.
Esta tribu parece concentrada en el difícil arte de la existencia y de la supervivencia. Durante la estación seca, el hambre es una especie de hecho obsesivo que debe de ser comunicado. Para ellos, su fantasía terrorífica es la “ekapilan”, que merodea incesantemente de noche y causa la muerte de los seres humanos para devorar su carne. “Akoro” “akoro”, hambre, hambre, dicen muchos de ellos cuando nos ven. Con una mano nos piden y con la otra señalan un vientre hundido hasta su más profunda concavidad.
Cuando te encuentras con situaciones de hambre y de gente que te pide algo para meter en la boca es cuando se presenta el dilema de qué hacer. Por una parte nosotros llevamos lo justo, incluso menos de lo justo ya que el Lodwar tampoco había mucho para elegir. Nuestro menú se basa en arroz y espaguetis, por lo que no tenemos mucho para ofrecer y, en cualquier caso, está claro que es imposible dar a todos los que nos piden.
Acampamos junto a un grupo de chozas justo al límite de la luz. Tenemos que darnos prisa en montar las tiendas para no hacerlo con las linternas y atraer así a los escorpiones y a sus amigos. Moses tranquiliza a los ancianos del lugar que se acercan por la curiosidad y para saber quiénes somos y qué hacemos.
El cielo es espectacular y desde la tienda mosquitera uno puede pasar horas mirando sin cansarse a un firmamento que te sume en un sueño lento y sedante. Mientras tanto, surgen imágenes que nos recuerdan los intensos momentos vividos hasta el lugar en el que nos encontramos.
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Me parece impresionante este viaje…sus imágenes…soy capaz de pasarlas como si fuese una película. Se me saltan las lágrimas de solo pensar en el hambre de esos hombres.
Gracias por dar luz a ese abandono por parte de un occidente riquísimo y derrochón…
Cuenta estrellas por los que estamos aquí, con un grifo que rebosa agua y una nevera de la que muchas veces, no sabemos ni qué elegir comer…
Que dilema el del hambre . Que te pidan y no poder darles. 😢