Solamente unos 40 kilómetros nos separan de Todoyang, en el extremo norte del lago Turkana. La ruta se realiza a través de una interminable extensión desértica que me recuerda al lago seco del Iriki en Marruecos. Los espejismos y la falta de gente son la tónica general en este territorio. Nadie quiere asentarse en una región continuamente atacada por bandidos y en la que las escaramuzas y asesinatos están a la orden del día.

Después de hablar con el padre Alex en la misión, ya tenemos más clara la ruta a seguir durante los próximos días. Para empezar, hoy exploraremos esta costa del lago para observar la vida de los pescadores.

Coloridas barcazas de blancas y agujereadas velas surcan las aguas en busca de pescado, la única fuente de riqueza de este pueblo. Hemos seguido todo el proceso, desde la captura, a la desecación de los peces que se salan antes de colgarse o extenderse por el suelo.

Durante horas y ya por la tarde, hemos avanzado por la costa parando a cada momento y compartiendo un modo de vida que sólo había visto en la costa de Mauritania. Ahora estamos nuevamente en la misión, protegiéndonos de los mosquitos que parecen querer comernos. Son ya las doce la noche y conviene descansar para abordar las tierras del oeste del Turkana, muy próximo a la frontera con Uganda.